martes, 20 de mayo de 2025

"Que te sea leve"

G.N. Arias


El surco del sofá le consumía casi por completo. El algodón de relleno estaba reducido a una simple masa uniforme que había cedido ya hacía meses. Para Carlos seguía siendo cómodo, su culo todavía se adaptaba muy bien a pesar de la dificultad para ponerse de pie luego. A pesar de sus casi cuarenta, no debería padecer tanto sufrimiento para ponerse de pie. No deberían de tronarle las rodillas de aquella forma.

Un vaso de fernet a su derecha, y el control de la televisión posando en su mano izquierda. Esperaba impaciente un nuevo clásico de fútbol entre Nacional y Peñarol. Se aclaró la garganta, listo para criticar la primera decisión arbitral en contra a pesar de ser correcta, o gritarle a todo pulmón fracasado al primer jugador que desperdiciara una chance clara de gol imposible de fallar.

Aquél era su ritual a pesar de saber que los fracasados tenían menos tiempo para decidir. Resultaba sencillo ponerse en la piel de crítico teniendo tiempo previo y posterior para analizar cuál pudo haber sido la mejor opción de definición. Los futbolistas deben decidir en apenas segundos. Ni que hablar de la presión de más de cuarenta mil hinchas a favor y en contra al mismo tiempo. Sus legados dependen de si el cuero redondo ingresó en las redes o no. Sin embargo, aquellas cuestiones evidentes no frecuentaban mucho su cabeza. El insulto hacia la pantalla no era más que una forma de desligue de tanto maltrato rutinario.


Era Domingo, su preciado día libre. Aún así, dedicaba mucho tiempo a repasar la pesadez de la semana superada. Se dio cuenta de que la mayoría de acontecimientos no eran más que lagunas mentales. Tenía la sensación de no haber existido. Silenció el televisor en cuanto se dio cuenta de que en realidad todo el mes había sido igual. Incluso el último año y también años anteriores. Observó su figura y se sintió despreciable. El olor a cigarro en el ambiente de pronto se volvió mucho más evidente. Todo parecía intensificarse. Carlos comenzó a sentirse irrelevante. Intentó recordar algo que le trajera un poco de esperanza. Se le vino la imagen de su amigo Jean Pierre. Hacía mucho tiempo no sabia de él y el día anterior lo había topado en el ómnibus camino a su trabajo. Fue una conversación totalmente genérica, en donde intercambiaron un rápido repaso de sus vidas en el trayecto a sus destinos. También se prometieron una reunión pronto, que ambos sabían que no sucedería jamás. Pero fue bueno volver a saber de sus respectivas existencias y que todo fuera relativamente bien. Siempre se podía estar peor. Porque habían personas pasándola realmente mal y, aunque suene egoísta, aquella era la mayor motivación que Carlos solía utilizar como refugio.

Jean Pierre había descendido en las inmediaciones del Palacio Legislativo. A pesar de que se hicieron muchas preguntas, Carlos olvidó enterarse en qué trabajaba actualmente. Recordó sí haberle dicho que seguía en el mismo trabajo de hacía veinte años, el bazar. Ese mismo trabajo que año tras año pensaba abandonar pero que finalmente tomaba forma de eternidad. Había conocido a Jean Pierre hacía algo más de quince años en su mismo empleo actual. Compartieron allí algunas navidades hasta que un día fueron transferidos a otras sucursales. Quizá también siguiera en lo mismo. Eso también le tranquilizó. Quien logra avanzar generalmente no utiliza el transporte público. Esa fue su deducción. Solía reconfortarle saber que la gente a su alrededor seguía tan estancada como él. Aunque claro, no podría jamás compartir éste aspecto tan sincero.


“Que te sea leve”, le había dicho Jean Pierre. Una frase que suele emplearse en ámbitos de trabajo. ¿A qué se refiere la gente cuando te dicen algo así? Es casi tan automático como un saludo o el típico “cuidate”. Ésta última solía ser una frase más de bien de relleno. Es como decir; No me interesaría demasiado si te fuera mal, pero ojalá te vaya relativamente bien. Aunque eso depende totalmente de vos. A mí no me pidas nada.

Tal vez su forma de recibirlo era demasiado pesimista. Pero a Carlos le resultaba algo semejante.

El bendito “Que te sea leve”, era algo más allá. Un deseo que depende más de la interpretación que de la realidad. Nadie se refugia en los deseos de que nos sea leve para afrontar el día. La rutina no disminuiría su intensidad por recordar que alguien deseó que nuestro día fuera leve.

Carlos creía que los deseos siempre escondían un trasfondo mucho más profundo. Si se desmenuzara la frase la frase en cuestión, quedaría algo como: “Deseo que tu rutina de hoy no sea tan basura como suele ser la mayor parte del tiempo. Espero de corazón, que puedas utilizar el día para algo más que no sea alquilar tu salud física y mental por un salario mínimo. De verdad desearía que tu jornada sea lo menos esclavizadora posible y, que al llegar a tu casa, aún conserves un poco de energía para vivir de verdad. En verdad espero que tu vida no sea tan miserable. Al menos por hoy.”


Claro, todo era cuestión de interpretación personal. Así resonaba la frase en la cabeza de Carlos, que había perdido todo interés en el cambio. A los veinticinco también solía convencerse erróneamente que estaba llegando tarde. Ahora, con cuatro décadas encima, caía en la cuenta de lo equivocado que había estado, y que aún está. Sigue estando a tiempo, sólo que a veces prefiere la ceguera por encima de un vistazo sincero de su realidad. Es menos trabajoso vivir con preocupaciones de personas inconformistas. La superación supone complejidad.


Ahora, ¿Cómo sobrevive siendo consciente de su ausencia de propósitos? Es una cuestión opacada por la misma comodidad del sofá, desgastado pero aún funcional, que de igual forma comenzaba a darle un ligero dolor lumbar. Hubiese querido levantarse, pero es su día libre. ¿Qué más podría esperarle allí afuera?


Mientras repasa su rutina, un pensamiento fugaz le cruza por la cabeza. Un repentino arrepentimiento. Una sensación de infelicidad. Un golpe bajo a sus creencias. Autocrítica.

Pero logra disipar los demonios con un rápido vistazo a la pantalla. Peñarol ganaba 2-0 en apenas diez minutos de juego.


La determinación no duró demasiado. Carlos volvió a su realidad. Todo era culpa de esos fracasados que no podían dar dos pases seguidos.



sábado, 28 de diciembre de 2024

"Reproches Modernos"

 


Gonzalo Arias



Recién cuando habían logrado vencer la dulzura engañosa de la costumbre, llegaron a la sana conclusión de que lo mejor era separarse. Evidentemente, los días posteriores habían sido una mezcla de arrepentimiento y convicción. Aún había deseo, de cierta manera, pero no había sido tan fatídico como creían. En los días de crisis, era una necesidad volver a estar mal. Aunque a esa altura todo se disipaba rápidamente. A lo mejor ninguno quería admitir que, al final del camino, no había sido lo que esperaban. Sería un despropósito decir que su relación había sido una pérdida de tiempo, aunque a veces era inevitable creerlo. Ambos tenían la sensación de que debían recuperar tiempo perdido, lo cual era una señal más bien deprimente. Un balance completamente pesimista de lo que habían sido tantos años de relación. Una gráfica en rojo infinita que traspasaba la lámina de papel. El verdadero culpable del desgaste variaba según la versión. Aunque en realidad, había sido obra de ambos. Las personas suelen buscar siempre un culpable y una victima cuando en realidad, en la mayoría de ocasiones, el desgaste se da por contribución mutua. Pero ese aspecto suele ignorarse. De ninguna manera seremos capaces jamás de repartir las virtudes y responsabilidades de manera equitativa.


Sofía y Martin solían creer que eran atómicamente idénticos, una idea que al principio les enorgullecía, pero con el tiempo les comenzó a disgustar. Se dieron cuenta que, mas bien, eran contrarios. No siempre ser iguales es una razón para continuar, a la vez que ser opuestos no supone un reto interesante para todo el mundo.

Incluso se opusieron en sus maneras de sobrellevar la ruptura. Sofía prefirió viajar y desconectarse completamente, mientras que Martin intentó crear nuevos vínculos y estar más presente con su entorno mas cercano, a quienes ahora creía haber abandonado por priorizar a su pareja.


El viaje de Sofía fue planeado con poca antelación. Solía preocuparle no tener un control absoluto sobre cada detalle de las cosas. Para ella, la planificación responsable era fundamental. Pero ésta vez, prefirió ser arrastrada por el azar. Eligió Geirangerfjord, Noruega, como destino. Necesitaba montañas, aire real, aromas distantes al combustible y concreto de la ciudad.


Alquiló una cabaña por internet, que fue lo único que le requirió más atención, sobre todo para asegurarse de que no le estafaran. Allí pasaría los próximos cuarenta días.


  • ¿Te vas cuarenta días? - quiso saber su amiga.

  • Sí. ¿Qué tiene de malo? - preguntó Sofía

  • No hay nada de malo con eso. Me encantará que te tomes unas vacaciones. Lo que no entiendo es por qué querés irte sin teléfono. Si me muero no vas a enterarte – bromeó.

  • Las personas hace cincuenta años atrás viajaban sin teléfono, y vivían tan bien...

  • Lo sé, pero ya no estamos en esas épocas. Es necesario estar conectados. Además, vas a estar del otro lado del mundo. Necesitás guiarte. Necesitás internet, el mapa, información.

  • Llevo un mapa de enciclopedia. Si me pierdo, pregunto. Mucha gente allá habla inglés.

  • ¿Un mapa de enciclopedia? Estás loca...

  • No lo digas...

  • No...

Su amiga solía molestarla diciéndole que la ruptura con Martin le había vuelto loca. Aunque ésta vez lo creía de verdad. Comprendía de principio a fin su necesidad de despejar su enredo mental Pero irse a un lugar desconocido por cuarenta días sin teléfono móvil, lo consideraba una aventura arriesgada.


  • Voy a estar bien, preciosa – le dijo, intentando disipar su entrecejo que denotaba preocupación – Llamaré cada semana para tranquilizarte.

  • Está bien, andá – dijo ella – No tenés por qué llamar. Vas a estar bien. Si es lo que querés, hacelo.


<<Necesitás internet, un mapa, información...>>


¿Realmente era necesario tanta conexión? ¿O nos han hecho creer que necesitamos depender de una pantalla? Ella creía que jamás todo aquello había sido una necesidad. Simplemente una facilidad. Y, como todo lo que involucra facilidades y dinamismo, el ser humano lo necesita.


Unas vacaciones extensas al otro lado del mundo, era todo lo que necesitaba. Pero incluso a sus treinta y cinco años, Sofía seguía necesitando la valoración de Mara, su amiga. Era el único ser humano imprescindible en su vida. Todos necesitamos alguien que valore nuestras decisiones, sea para bien o para mal. Agradecía que, a pesar de su preocupación, entendiera su decisión un tanto rudimentaria. Era una experiencia que llevaba años postergando, a la que Martin se había opuesto toda su vida. Conocer las montañas de Noruega, alquilar una cabaña de madera y vivir al ritmo de los lugareños por algunas semanas.


Era surrealista pensar en que, hoy día, resultara una rareza intentar desaparecer unas semanas desconectado del ritmo vertiginoso de la sociedad superconectada. Por suerte no tenía nadie a quien preocupar demasiado. Lastimosamente sus padres habían fallecido. Era hija única y tan sólo tenía una amiga, a la que últimamente veía cada vez que Mercurio se acercaba a la órbita de Neptuno. Bueno, quizá también Martin...


Con sus gafas exuberantes, su vaso térmico desbordante de café cargado y sus mejores prendas, partió un sábado a tempranas horas rumbo a tierras nórdicas. El Aeropuerto Internacional de Carrasco era un cementerio de viajeros dormitando. Sofía intentaba mantenerse en pie, pero ni el café lograba mantener sus párpados despegados. La realidad era que deseaba ya estar encima del avión, reclinada en su asiento designado retomando el sueño interrumpido. Esperaba superar pronto a ese momento tenso en el que la azafata expone su show teatral en el que indica la manera idónea de colocarse la mascarilla de oxígeno en caso de que el avión decida reventar en pleno vuelo acabando con las ilusiones de todo el mundo. Para luego sí, dar paso al instante mas preciado en el que reducen la intensidad de la luz para permitir a los viajeros un sueño más profundo.


Desgraciadamente la luz interior siguió brillando tan fuerte como el sol que comenzaba a impactar en un sector del avión. Justamente, claro está, en medio de su cara. Sofía maldijo haber olvidado su antifaz de dormir. ¿Qué persona respetable en éste mundo olvida algo tan básico para un viaje de mas de diez horas?


  • Estimados pasajeros – se interpuso una voz robótica - Informamos que, a partir de éste momento, está permitido el uso de aparatos electrónicos.

Sofía suspiró. Palpó su bolsillo, pensando en conectarse a la red wi-fi del avión y divertirse con algunos vídeos ridículos.

Pero lo recordó al instante.

Por un momento sintió un profundo arrepentimiento. Pero sabía que aquello no era más que algo pasajero. Desde hacía un tiempo venía intentado acostumbrarse a un proceso paulatino de reducir el tiempo que invertía en pasar pegada al teléfono deslizando el dedo, sin más, muchas veces sin recibir ni siquiera diversión a cambio.

Había guardado un par de libros en el bolso que llevaba consigo, pero eso implicaría levantarse del asiento y revolver el equipaje. En ese momento no estaba dispuesta, tal vez más tarde.

Echó un vistazo a las alternativas de entretenimiento más instantáneas que ofrecía la aerolínea. Deslizó la pantalla táctil ubicada frente a sí, y encontró algunas cosas que podían llegar a rellenar de manera aceptable el tiempo vacío. Invirtió incontables horas en nutrirse de documentales sobre vida extraterrestre, llegando a la conclusión de que era imposible estar solos en un universo tan extenso. Por último decidió torturarse emocionalmente reproduciendo Me Before You. El impacto sentimental de esa película seguía siendo tan intenso como la primera vez. Era de sus cintas predilectas. Aunque también le idiotizaba sobremanera. Comenzaba a rendirse ante la nostalgia, la de tipo engañosa. En ese momento sintió ansias impostergables de abandonar aquél avión y abalanzarse a los brazos de Martin.


Por suerte la estupidez le duró poco tiempo. Se había dormido en algún momento, y despertó debido a la inquietud de los pasajeros una vez informados de que comenzaría el proceso de aterrizaje. Sofía tardó algunos minutos en comprender del todo qué sucedía. Los ojos bizcos y repletos de lagañas como los de un gato cuando se le interrumpe se anhelada décima siesta del día. Su aliento apestaba, y su cabellera era una maraña de hilos negros sin dirección. Se avergonzó al pensar que quizá se la había pasado las horas roncando como un oso. Demoró en darse cuenta de que el pasajero sentado hacia el pasillo de la fila contigua, le dirigía la palabra con entusiasmo. Acomodó su pelo desorientado y despejó sus ojos con un violento frotamiento al percatarse de la belleza privilegiada de aquél hombre.


  • ¿Qué me has dicho? - preguntó, en un tono grave.

  • Estuviste muy ocupada durante todo el viaje – dijo él, sonriente – Envidio tu facilidad para dormir. ¿Cómo le haces?


A Sofía se le encendió la señal de alerta. Una sirena ensordecedora interior hizo vibrar su cerebro. Aunque le dolió, apenas le dirigió una sonrisa. El tipo parecía algo menor a ella, aunque no estaba muy segura. Notó como él se enrojecía de vergüenza. Probablemente se había sentido completamente ignorado. Pero Sofía no quería caer en la trampa macabra del destino. No habrían amores pasajeros en sus vacaciones. Castidad absoluta.





2




La ciudad de Oslo terminó por rogarle que disfrutara unos días más de su extensa y exclusiva nocturnidad. Pasó allí más de la cuenta, pero al quinto día abandonó la capital para sumergirse en otro vuelo hasta su principal destino: Geirangerfjord. Allí se alojaría en una cabaña bajo la ruta 63, al borde del río Geirangelva, una extensa masa de agua que fluye desde el lago Djupvatnet hacia el fiordo Geirangerfjord, pasando por el pueblo de Geiranger, donde Sofía sería por fin feliz. Una mujer montevideana intentando adaptarse a una cultura distante en el menor tiempo posible.


El último trayecto se trataba de un viaje corto de quince minutos en coche que le llevaría a destino. Pero prefirió utilizar sus pies como medio de transporte. Con su pequeña valija en mano y su monstruosa mochila que le hacía crujir la espalda, se lanzó hacia la aventura. Se sintió un poco anticuada al guiarse con su súper mapa impreso que en realidad supo luego que estaba desactualizado. De todos modos, le fue fácil encontrar alguien que supiera guiarle. Enfiló hacia la ruta 63, y desde allí descendió por un empinado valle que le permitió ingresar al pueblo de Geiranger más rápidamente. Aquello le costó algunos raspones. Su valija se le escapó de las manos y rodó colina abajo, pero el elevado precio que alguna vez había pago por ella confirmó su buena calidad. La valija le esperó allí abajo, mucho más entera que ella.

Su actitud kamikaze alertó a algunos lugareños que se acercaron con sigilo. Sofía se incorporó, tomó sus pertenencias desparramadas y sonrió. Pensó en que aquello había sido una mala idea y que se encargarían de regresarla nuevamente hacia Uruguay. Pero el tono que emplearon no fue duro ni mucho menos de desconfianza.


  • ¿Estás bien? - le preguntaron en noruego.


Sofía no entendió ni media palabra. Se limitó a sonreír nuevamente.


  • ¿Español? - preguntó. Pensó en que tal vez nadie hablaría español allí. Sorprendentemente, dos personas respondieron afirmativamente.



  • Nos preguntábamos si estabas bien – el acento era evidente.

  • Ah, sí. Muchas gracias. Estoy recontra bien.

  • ¿Recontra? - preguntó una chica noruega. Alta como un basquetbolista, rubia y ojos claros que Sofía no pudo distinguir si eran azules o verdes - ¿Argentina?

  • No, por dios. Soy uruguaya.

  • Ah, ya. Es que hace poco conocí algunos turistas argentinos y ya he escuchado la palabra “recontra” antes. Jamás comprendí cómo usarla correctamente.

  • Sí, tenemos costumbres y acentos muy parecidos. Pero a la vez somos muy diferentes. ¿Hay muchos argentinos acá?

  • La verdad es que no. Conocí unos pocos éste verano pero ya no están aquí. Tampoco hay gente América sur casi. El invierno comenzará pronto y aquí el turismo comienza a ser cada vez menos.


Sofía se sintió aliviada. En el transcurso de sus vacaciones no quería coincidir con nadie que le recordara su propia cultura ni similar. Quería estar en un mundo completamente alejado. A su vez, agradecía que hubieran personas que manejaran el español y algunos con tanta soltura como en el caso de la joven esbelta de pupilas multicolores.


Al adentrarse en el pueblo, Sofía comenzó a deleitarse con los primeros paisajes. Era principios de Diciembre. El clima estaba agradable, aunque le advirtieron que aquél solazo amigable era una anormalidad sin precedentes. En los próximos días las temperaturas descenderían drásticamente.


  • ¿Por qué venir en ésta época y no en verano? - A Sofía le resultó gracioso como un verbo podía resolver todas las conjugaciones que los extranjeros desconocían.

  • Porque el verano me deprime. Prefiero el invierno.

  • Oh, eres rara.

  • Puede ser que sí – Sofía sonrió.

  • ¿Dónde te quedarás?

Sofía extrajo un papel con la dirección exacta. Se lo extendió a la chica alta de color de ojos irreconocible, y le preguntó su nombre.


  • Mi nombre es Synnøve – respondió ella, un poco distante. La chica aún seguía concentrada en la dirección escrita en el papel.

  • ¿Qué pasa?

  • La dirección. ¿Estás segura que es aquí?

  • Y... Imagino que sí.

  • ¿Dónde lo has reservado?

  • Por Internet.

  • Ya. Lo mas probable es que te hayan estafado. - dijo, y sonrió – Pero eso no importa. Podemos conseguirte hospedaje.


Sofía no sabía como sentirse al respecto. Solía bloquear su tarjeta luego de hacer algún tipo de transacción por internet, por lo que no debería preocuparse. Aunque el dinero invertido en la cabaña fantasma probablemente ya estaba depositado en alguna cuenta de banco en algún paraíso fiscal.


Un detalle le sorprendió en cuanto fue capaz de percibirlo. Algo no cuadraba. El sol comenzó a ocultarse de pronto. ¿Era ya de noche?


  • ¿Qué hora es? - preguntó.

  • Ya son casi las tres y media.

  • ¿De la tarde? - su propia pregunta le resultó patéticamente evidente.

  • Claro.

  • Pero...

  • ¿Qué?

  • ¿Cómo puede estar anocheciendo a mitad de la tarde?

  • Aquí comienza a oscurecer por éstas horas. Recuerda que aquí... sitio alto. Aquí las cosas no son como en Aragui.

  • ¿Aragui?

  • ¿De dónde vienes?

  • Uruguay.

  • Eso quise decir.


Sofía sonrió. Al parecer Geiranger tenía mucho más para ofrecer de lo que imaginaba. Sería increíble poder vivir la experiencia de noches interminables.


El frío comenzó a resoplar de pronto. Sofía se refugió en su chaqueta, pero no fue suficiente. Era un frío punzante, helado en el sentido más amplio. Era como si aquella temperatura agradable inicial no hubiera sido más que una cálida bienvenida. El clima había perdido toda su compasión, y le obligó a acostumbrase rápido.


Synnøve la recibió en su casa. Sofía no sintió desconfianza en ningún momento. A la luz tenue de la cabaña, reconoció que los ojos de Synnøve eran grises. Fue algo espectacular, jamás había visto unas pupilas semejantes.


La joven vivía con su madre, una encogida anciana amable, que perfectamente podría incluso ser su abuela, y otra chica adolescente que supuso era su hermana pequeña. Ambas fueron amables y hospitalarias. Le ofrecieron algo caliente, y Sofía rápidamente logró vencer el frío.

Allí no habían cortinas. Los ventanales dejaban ver cada centímetro de paisaje posible. De pronto el viento se hizo aún más malévolo, y comenzó a nevar.


  • Hasta que al fín – dijo Synnøve – Ya se había tardado.

  • ¿Qué cosa?

  • La nieve. Has llegado tú y todo ha vuelto a la normalidad. ¿No serás, acaso, alguna especie de diosa del clima?


Sofía se sonrojó. Negó con decisión.


  • ¿Te gusta la nieve?

  • La verdad es que para mí es como un lujo. En Uruguay no hay nieve. Sólo heladas. ¿A ti?

  • Es bonita hasta cierto punto. Hay temporadas en las que se queda todo cubierto de nieve y ya no es tan bonito – se mostró algo preocupada al decirlo - ¿Quieres ayudarnos? Estábamos a punto de comenzar con las decoraciones navideñas.


Aquello le inundó el alma de felicidad. La cabaña, los ventanales. La nieve. La navidad latente. La hospitalidad. El espíritu festivo. Todo le resultaba algo completamente ajeno. Sin embargo, era un momento que siempre había estado esperando. Algo que desde siempre había formado parte de su escencia, sólo que jamás tuvo con quien exteriorizarlo y compartirlo con semejante entusiasmo.




3



Día 20


Es común asociar el rápido paso del tiempo con diversión. Pareciera que, cuanto más felices somos en un sitio con determinada compañía, el tiempo no es tu mejor aliado. Se empecina en marcharse pronto, y todo se torna efímero. Sofía, sin embargo, sentía que aquellos veinte días transcurridos habían sido una eternidad. Como si llevara años viviendo allí y todo aquél reducido grupo de habitantes fueran su familia.


A pesar incluso de la corta duración de los días en Geiranger y la temporada baja, habían demasiadas actividades para realizar. La naturaleza allí te ofrecía un constante abanico de posibilidades imposible de experimentar por completo y a detalle en cuarenta días. Los lugareños se habían encariñado con aquella forastera uruguaya que había llegado un día rodando por las colinas, estafada por Internet y buscando desesperadamente dónde quedarse, pero sobre todo buscando un poco de claridad mental. Aún seguía resguardándose en la cabaña de Synnøve. A diario Sofía le recordaba que le ayudara a encontrar otro sitio donde quedarse. No porque se sintiera mal allí. La realidad era que la calidez con la que era recibida fue acrecentándose cada día. Sólo no quería ser una molestia mas adelante. Cuando se lo planteó desde esa perspectiva, Synnøve se había mostrado notoriamente ofendida. Sofía ofrecía dinero a diario que muy rara vez aceptaban. No podía evitar sentirse un estorbo en ciertas ocasiones, aunque las personas en Geiranger se encargaban constantemente de hacerle sentir lo contrario. Para seguir acostumbrándose al estilo de vida de los lugareños, tan distante a sus apreciaciones, debía intentar dejar atrás muchas de sus propias costumbres. Al menos mientras estuviera allí.


En esos veinte días había memorizado todo el paisaje nevado del fiordo. Había intentando esquiar, pero luego de unos buenos golpazos abandonó la idea. Era importante darse cuenta cuando no se está hecho para determinadas actividades.

La Navidad había sido espectacular, y el año nuevo prometía el mismo entusiasmo festivo.

Las noches extensas eran lo más preciado para Sofía. Jamás había experimentado la sensación de adentrarse largas horas en un cielo oscuro con entera despreocupación. Pero aquella noche en particular, tuvo lugar un evento espectacular. Las condiciones climáticas permitieron avistar algo que Sofía jamás había tenido la oportunidad de presenciar; las auroras boreales. Incluso no sabía con certeza si era algo real. Se trata de un fenómeno natural exclusivo de las zonas polares. El cielo aquél día se tiñó de una amplia variedad de tonos azulados, verdes y rosados, que zigzagueaban en el firmamento como si de una coreografía milenaria se tratase.





Sofía escaló una pequeña zona montañosa hasta donde su limitación física humana se lo permitió. Luego se desplomó en la cúspide de una roca desde la cual se observaba el evento con mucha más nitidez y amplitud.


Fue mágico. Pareció como si aquella luminosidad multicolor hubiera despertado en ella la más absoluta paz. Deseó que ese momento fuese eterno. Quería detener la vida y el tiempo en ese preciso instante. Deseaba que esa experiencia fuese un bucle constante por el resto de la eternidad. Sentía que ya no habría nada más increíble por vivir. Rodeada de desconocidos que ya eran más que muchos conocidos.


Sofía sintió plenitud, quizá por primera vez en su vida. Alejada por completo de su espesa vida rutinaria que había abandonado por cuarenta días, había aprendido a sobrevivir sin la obligatoriedad de permanecer con el ícono en verde encendido todo el día y tecleando a todo mundo.


Por un momento se preguntó como estarían las cosas al otro lado del planeta, allí, en su tierra, en su entorno. Su país. Un país que tanto amaba, a su manera , pero del que decidió escaparse un rato largo. Dedicó unos momentos en pensar en Martin, y como estaría sobrellevando las cosas. Era fin de semana e intentó deducir con quién estaría acostada su amiga en ese preciso momento. Sonrió.


Sofía no sabía que por allí las cosas no iban tan bien.





4


Día 39


Enero iba encaminado hacia la mitad, y las vacaciones a su fin. Aquél día Sofía despertó por última vez en Geiranger. Observó todo a su alrededor por última vez. La cabaña, la madera inamovible de las cuchetas que jamás había escuchado quejarse, el entorno; pequeño pero acogedor. Synnøve, su familia. La gente del lugar. Recordaría aquello por siempre. Pero había algo mejor; sabía con toda seguridad que volvería pronto.

Aprontó sus cosas intentando no alterar el silencio interior. Sólo se distinguía el resoplido porfiado del viento, y la nieve que comenzaba a espesarse cada vez más. Se dio un baño de agua caliente, se preparó un desayuno acompañado de mate. Se dio cuenta de que en casi cuarenta días, era apenas la segunda vez que tocaba el mate. La primera había sido para participar en una charla profunda de intercambio de costumbres. Synnøve había entendido por fin como emplear la palabra “recontra”, y muchos otros modismos rioplatenses que le resultaron divertidos. Sofía percibió allá por el día quince que había logrado arraigar profundamente el “Ta” uruguayo en el vocabulario de Synnøve; Un modismo multifuncional capaz de encajar en cualquier ámbito sin excepción alguna.


Pero algo extraño sucedía aquél día. No había nadie allí. Ojeó por las ventanas traseras, pero no alcanzó a ver nadie caminando por las calles. Quizá por la gruesa capa de nieve, las personas habían decidido resguardarse. La cuestión era que Sofía debía estar en el aeropuerto en media hora, y no habían rastros. No quería irse así, sin más, pero no quedaba otra opción.

¿Habían salido? ¿Volverían pronto? ¿Habían olvidado que hoy era su último día? Sofía consideró la última opción, pero rápidamente la descartó. Se habían pasado la noche hablando sobre el tema, y sobre cuánto se iban a extrañar, además de enfatizar y procurar otra visita de cuarenta días muy pronto.


Se apenó, realmente. No sabía los motivos, pero Synnøve y su familia no estaban allí. Alguien se había ofrecido en llevarla, y esperaba que aquél abuelo llamado Matt que vivía a dos calles tampoco se esfumara. De lo contrario no habría forma de salir de allí. Arrastró con dificultad sus dos maletas y, al abrir la puerta, se llevó un susto. Un agradable susto.


Su fotografía mental no alcanzó a captar todos los rostros que le esperaban allí fuera. Todas aquellas personas le aguardaban para escoltarla hacia el aeropuerto. Sofía se emocionó, pero el frío de fuera congelaba sus lágrimas antes de que llegasen a sus mejillas.


Fue una larga despedida. Incluso debió agradecer y saludar a personas que no recordaba haber visto. Dejó su contacto a Synnøve, quien lagrimeó desconsoladamente.

Todo aquello había sido de una rareza demencial. Interesante, sanador, e inolvidable. Pero de todas formas, no dejaba de ser una raro. Una rareza que allí parecía ser una forma de vida.



Una vez en el avión, se recostó y deseó nuevamente que en algún momento se quedase dormida indefinidamente como en el viaje de ida. Una vez que los dos asientos contiguos fueron ocupados, se quedó allí, expectante. Geiranger ya había pasado a ser recuerdo. Esperaba volver antes de que la mente comenzara a dudar y las anécdotas se tornasen confusas.


Cerró sus ojos, e intentó perderse en sueños. Aún así, el destino le tenía otros planes.


  • Hola – dijo alguien a su costado. Su voz denotaba amabilidad.


Sofía ignoró aquello. Pero abrió los ojos en cuanto consideró la posibilidad de que quizá se estuvieran dirigiendo a ella. Y en efecto así fue.

El mismo tipo que había lanzado la caña de pescar sin éxito en el viaje de ida, volvía a hundir el anzuelo en las aguas tormentosas de Sofía.


Ésta vez ella sonrió, como voto de confianza. El joven le devolvió el gesto.


  • Qué casualidad – dijo él. Su voz imponía una confianza inmediata, algo que a Sofía le solía desagradar en las personas. Pero ésta vez le encendió.

  • No creo en las casualidades – dijo ella, convencida. Se mordió el labio inferior instintivamente – Todo siempre pasa por algo.




5



Se llamaba Máximo y quería coronar ese mismo día. El tipo del avión se había puesto cachondo ni bien bajar de la nave. Sofía descartó la posibilidad de raíz, antes de que se volviera un estorbo y no quisiera volver a saber de él. Le resultaba atractivo y con una inteligencia muy por encima de la media, pero era evidente que el cansancio le afectaba la claridad mental. Además, después de casi quince horas de viajes entre escalas y retrasos, lo que menos quería era ir a tomar un café y comenzar un nuevo ciclo de enamoramiento. Le dejó su numero de contacto y se abalanzó al primer taxi que encontró. Su excusa fue una razón real; cansancio. Sólo quería darse una ducha para luego dormir sin alarmas ni contratiempos. El viaje de vuelta había estado plagado de interrupciones.


El clima acelerado de la ciudad de Montevideo amenazaba con destronar en cuestión de minutos toda su paz generada en Geiranger. Sofía intentó ser indiferente, al menos hasta llegar a su hogar y resguardarse allí, con las persianas bajas buscando el mayor aislamiento sonoro.

Su apartamento se encontraba en plena Avenida 18 de Julio, por lo que había logrado aprender a ignorar el barullo incesante.

Luego de una ducha extensa alternada entre agua caliente y fría, ojeó a la mesilla de noche y avistó a un viejo conocido. Su teléfono aún descansaba en el mismo lugar. Una gruesa capa de polvo colmaba su pantalla. Al levantarlo, la marca rectangular quedó perfectamente dibujada en la masilla que también sufría hiperpoblación de residuos microscópicos. Intentó encenderlo, pero la batería estaba tres metros bajo tierra. Ni siquiera contaba con un ápice de energía para mostrar la típica señal roja de batería baja. Conectó el teléfono moribundo directo a la electricidad, y casi pudo oír cómo el aparato suspiraba, reviviendo luego de cuarenta días.





  • No te extrañé para nada – dijo, mirando el ícono de manzana mordida – Pero ya que estamos aquí... A ver qué me traes de novedoso.


En algún momento, Sofía se quedó dormida en el sofá junto a su cama. Luego se despertó, y la posición en la que se encontraba le había generado una contractura que solucionó con un violento estiramiento. Se tiró en la cama y durmió indefinidamente. Despertó a la noche, con los pies en la tierra y la mente mas allá de Kepler-22. Le dolía la cabeza de tanto dormir. Sin embargo, aquél malestar duró poco. La sensación de satisfacción única que se siente cuando se descansa debidamente despejó cualquier molestia física. Fue abriendo sus ojos paulatinamente para poder acostumbrarse al brillo del teléfono. Digitó su clave sim y luego su clave de desbloqueo. Configuró el móvil en modo vibración, y lo dejó a un costado esperando que todas las notificaciones suspendidas por cuarenta días cayeran como granizos. El teléfono vibró tres minutos seguidos sin descanso. La mayoría de notificaciones eran noticias sin relevancia recomendadas por Google. Despejó todas y cada una de ellas, y sintió una necesidad primaria de hablar con su amiga. La llamó, pero no obtuvo respuesta. Ni siquiera el contestador. Entró a Whatsapp y fue indiferente a la cantidad de mensajes que tenía. No tenía intención de leerlos. Probablemente fueran cosas vinculadas al trabajo. Clientela molesta sin escrúpulos. Ni siquiera los ojeó por encima para captar algo que llamase su atención. Buscó directamente el nombre de su amiga. Tenía un mensaje de ella, de hacía 35 días.


Te extraño. Me quiero asegurar de que realmente no llevaste tu teléfono.


Sofía le escribió una tanda interminable de mensajes.


Tampoco obtuvo respuesta.


Un desolado tic mostraba que el mensaje apenas había sido enviado, pero no había llegado aún a destino. Pensó en la posibilidad más común. Quizá ella tenía su teléfono apagado. Pero le resultó extraño de todos modos.

Luego de algunos intentos más, se rindió. No quería seguir insistiendo. Tal vez estaba ocupada y era cuestión de tiempo para que le devolviera la llamada.

Había entrado nuevamente en un estado dormitivo cuando su teléfono sonó. Le costó entender lo que veía en pantalla, aún se sentía confusa. Cuando la lucidez fue suficiente, atendió la llamada.


  • ¡Amiga! - dijo Sofía. Su tono era somnoliento a la vez que alegre - ¿Dónde estabas, maldita?


El silencio sepulcro fue la peor respuesta que Sofía escuchó en años. O quizá en toda su vida. Pudo oír también un leve suspiro del otro lado. Un suspiro agitado y desolador.


  • ¿Hola? - insistió.

  • Hola – respondieron del otro lado. Aquella voz no era la de su amiga.

  • ¿Mara?

  • No – respondió una voz lúgubre – Elizabeth.

Elizabeth era la hermana menor de Mara. Sofía apenas sabía de su existencia. Intentó asignarle un rostro en su mente, pero le fue imposible. A pesar de que Mara y Sofía compartieron muchos años de amistad, sus familiares eran enigmas. Mara por alguna razón jamás había querido presentarlos, mientras que Sofía, directamente, no tenía familiares que presentar.


  • Ah, hola, Elizabeth. ¿Cómo estás?

  • ¿Cómo puedo estar? - respondió ella, notoriamente desafiante.

    Sofía se quedó expectante. Esperando algo más. Elizabeth también esperó algo.

  • ¿Cómo está Mara?

  • Claro... ¿Cómo ibas a saberlo, no?

  • ¿Saber qué?

  • Mirá, perra puta. No quiero que vuelvas a llamar, ¿Me oíste? Olvidate de éste número, y olvidate de Mara – Su tono se fue acrecentando – Siempre tuve razón. Había algo de vos que no me cerraba. Siempre fuiste una mierda, una basura... ¿Eran tan importantes tus vacaciones de mierda que no fuiste capaz de visitarla un mísero día? Hija de puta... No me extraña que Martin haya terminado así...

Un impulso repentino obligó a Sofía a colgar el teléfono. Su corazón latía más allá del millón de pulsaciones. Se quedó un minuto observando su pantalla, como esperando que el propio teléfono móvil le le brindara una explicación de lo que acababa de ocurrir.


Deslizó la pantalla hacia la derecha, y seleccionó Whatsapp. La aplicación indicaba incontables gigas en mensajería. A Sofía no le había resultado extraño, pero en verdad lo era.

Pero había algo incluso más fuera de lo común. Había una larga lista de chats de números desconocidos. Algunos dejaban ver una foto de perfil que permitía reconocerlos, otros estaban configurados para no revelar su identidad. Estos últimos eran los que solían ser más agresivos. Sofía ignoró por completo aquellos individuos en cuanto supo que la gran mayoría de mensajes de números que no mostraban fotos de perfil eran insultos sin ningún motivo aparente.


Aparente.


Sofía se detuvo un momento. Luego de un largo rato de disgusto y confusión, un mensaje reciente le brindaría todas las respuestas y mucha más intranquilidad.



Hola, Sofía. Soy Sandra, mamá de Mara. Te pido disculpas por la reacción que tuvo mi hija Elizabeth recién. Jamás tuve la oportunidad de conocerte a pesar de que Mara siempre me habló maravillas de vos, y todo lo que significabas para ella. No sé si te habrás enterado ya, pero mi hermosa Mara ha fallecido hace unas semanas. Fue repentino. Al parecer, una cuestión cardíaca. Nadie se lo esperaba. Una muchacha sana... Estuvo algunos días sedada hasta que finalmente no resistió. El daño se volvió irreversible. Tuvo algún momento de lucidez en los que pudimos hablar con ella. Ya sabíamos lo que vendría luego. Cuando alguien que está condenado mejora de pronto, siempre es un mal augurio...

Quiero que sepas que ella preguntó por ti en todo momento. Mara se fue recordándote. También te odié cada vez que ella rezaba tu nombre y tu no estabas ahí. Tenía la esperanza de que esa fuera su cura. Pero si bien a veces me puedo dejar llevar por los impulsos, también soy capaz de reflexionar en frío. Entiendo que estabas de vacaciones y todo ésto te ha tomado por sorpresa... Nadie está preparado para algo así... Me pongo en tu lugar y ha de ser una situación horrible. Si quieres podemos vernos en algún momento para hablar sobre todo lo que ha pasado. Te avisaré en cuanto mis fuerzas me lo permitan. Te mando un abrazo apretado. Te pido por favor, no hagas caso a ningún mensaje fuera de lugar. Sé que te han llegado muchos. Nada de ésto es tu culpa ni responsabilidad.


PD: Siento mucho lo de Martin. Te abrazo nuevamente.


Saludos, Sandra.


¿Qué?...



PD: Siento Mucho lo de Martin”


No me extraña que Martin haya terminado así”




6





El golpe en el rostro aún le escocía. Al beber café, la herida en el labio le hacía brincar de una manera insoportable. Pero el café era su único aliado en ese momento.





Mara había fallecido en vísperas de Navidad, y Martin algunos días antes. Sofía se había presentado en casa de quien fuera su cuñada, recibiendo un golpe en la cara que había puesto un fin abrupto a varios años de buena relación ininterrumpida. Nadie alrededor de las familias de Martin ni de Mara querían verla aparecerse a menos de cien metros.

Ésta vez no había elegido la mesa contra la ventana que daba hacia la calle. Sofía sentía un injusto sentimiento de incomodidad. Como si cada mirada que chocara con la suya le juzgara sin piedad ni compasión. No había sido capaz de llorar aún. Había hecho todo lo posible para evitar ese fatídico momento. Se la había pasado en la calle, yendo de un lugar a otro tratando de engañar su mente.

Sandra se apareció de pronto delante de sus ojos. Se saludaron unicamente con un mínima mueca milimétrica.

Hablaron ininterrumpidamente más de una hora. A pesar de su aparente compresión, Sofía podía percibir cierto desinterés y rabia acumulada en los ojos de Sandra. No sabía si en verdad estaba allí tratando de luchar contra su interior, y en realidad tenía ganas de estrangularla. Sandra no tuvo mucho más que comentarle acerca del fallecimiento de su hija. Los médicos habían dicho que se había tratado de una arritmia severa que terminó con su deceso en días posteriores. Realmente se la notó incapaz de hablar acerca de su hija mayor. Sofía intentó desviar la conversación, pero la realidad es que tampoco existía interés de ignorar la situación. El silencio hubiese sido la mejor opción.

Sofía tampoco había podido saber qué había sucedido con Martin. Esperaba que Sandra hiciera algún comentario. El momento tardó, pero llegó.


  • Nuevamente, lamento lo de Martin.

  • Gracias. Pero la realidad es que ni siquiera sé qué fue lo que pasó... Me siento completamente perdida.

  • Como te dije antes, no hagas caso a los comentarios fuera de lugar – Sandra hizo una pausa , y prosiguió - ¿Realmente quieres saberlo?

  • Si – En realidad no.

  • Martin se suicidó, Sofía – comentó, y aquella confesión pareció dolerle tanto como cuando intentaba hablar de su hija – Mara me lo comentó en su momento. Quería contactarte, pero le fue imposible. Dijo que te habías ido de vacaciones y pretendías desconectarte del todo. Ella asistió a su velatorio. También recibió algunas increpaciones. Ellos creen que Martin se suicidó por tu culpa. Decía estar muy afectado por la ruptura. Muchos de sus familiares necesitaban desquitarse con alguien, y fue Mara quien recibió todo el desahogo. No respetaron ni siquiera un momento tan delicado como ese.


Sofía no pudo contenerse más, y comenzó a llorar desconsoladamente. Un mozo apareció de pronto con un vaso de agua, el cual Sofía agradeció.


  • Nada de ésto es tu culpa, niña – dijo Sandra.


Pero Sofía leía otra cosa en sus ojos. Parecía como si ahora ella se sintiera aliviada viéndola sufrir. Abandonó el lugar.

La tristeza se transformó rápidamente en ira. Gritó con tal vehemencia que las personas alrededor se abrieron y procuraron permanecer alejados de ella.


Recibió un mensaje desde otro lado del mundo. Rió contra su voluntad.


Su respiración volvió a la normalidad. Las lágrimas le resultaron de pronto una demostración innecesaria. Claro que nada de aquello era su culpa. Sólo sentía cierta inquietud. Un sentimiento que probablemente jamás se apaciguaría.


Su error fue simplemente pensar en ella misma. Su error fue querer apartarse del mundo, por cuarenta días.


Su error fue desconectarse.







viernes, 25 de octubre de 2024

"PARÁLISIS"




G.N. Arias



1




Nunca fue normal




  • Creo que estás quedando loco – le había dicho alguna vez su mejor amigo. Lo recordaba con calidez, a pesar de todo lo ocurrido.


Algo similar le había expresado su hermano. Su padre se había reído y le ridiculizó, creía que era otra de sus bromas estúpidas. Aún conservaba el sentido común. Su madre admitió que era una historia ingeniosa, pero no caería. A pesar de su vejez, el deterioro mental no era todavía suficiente como para creer posible un relato semejante. Taylor supo con más seguridad que aquello no era normal. Ni siquiera un talento. Mas bien era aterrador. Logró convivir con aquél “don”, únicamente porque alguna vez en su niñez solía ser una práctica cotidiana. Como todo niño que está descubriendo el mundo, era capaz de creer cosas como que un viejo barbudo de traje rojo, sentado en un trineo cinchado por renos mágicos voladores entregaba regalos a cada niño del mundo, en navidad, sin excepción, justo en el preciso momento en el que cada uno dormía. Una edad en la que poco se cuestionan las incongruencias, aunque resulten evidentes.


Y también era capaz de creer que despegar el alma de su cuerpo, levitar y moverse por el espacio era una práctica normal en los seres humanos.


Cuando comprendió el martirio que ésto suponía, la treintena y el estrés de la rutina comenzaba a dificultarle el sueño inmediato, lo que aminoraba cada vez más la facilidad con la que podía acceder a aquél trance. Le costaba más concentrarse, y la práctica comenzó a ser cada vez más complicada de conseguir. Agradeció que ésto comenzase a menguar. Intentaba no caer en la tentación cada vez que caía la noche. De alguna manera se sentía afortunado, a la vez que maldecido.

De niño era simplemente cuestión de cerrar los ojos. Había oído hablar de personas capaces de tener sueños lúcidos, pero jamás que pudiesen abandonar su cuerpo y vagar por los alrededores. Claro que existían movidas de viajes astrales y por el estilo, pero estaba seguro que la mayoría eran mentiras. Taylor se preguntaba si existía más gente como él, que no se animaba a compartir éste extraño secreto. O si también lo han querido demostrar y habían sido rechazados, tratados de locos o ridiculizados.


Bajo éste estado, sus sentidos se veían reducidos a visión y audición. Un tipo de visión modificada, en tonos negativos y sepias. Alguna vez había oído hablar que lo que el ojo humano captaba podía no ser la realidad en sí misma. Taylor consideraba la posibilidad de que aquella fuera la verdadera percepción. Su capacidad auditiva bajo éste estado era también muy apartado de su cotidianidad humana. Todo parecía ser difuso, meticuloso a la vez que atronador. Todo era chirridos molestos. El motor de los automóviles eran gritos desgarradores. El canto de las ranas y criaturas nocturnas eran casi un lamento. Las voces humanas eran incomprensibles.


Lo había vuelto a intentar, una vez más. Llevaba ya más de un año de relación con su novia, María, y consideró la posibilidad de que ella fuese capaz de creerle sin tratarlo de imbécil. Necesitaba compartirlo con alguien alguna vez, sentirse comprendido y, sobre todo, que le creyeran.


  • ¿Parálisis del sueño? - respondió ella. Taylor sabía lo que era la parálisis del sueño. También había leído sobre eso. Muchas personas lo padecían en el mundo. Se trata de una parálisis completa del cuerpo que ocurre normalmente en el proceso del sueño a la vigilia.

  • Algo así, sí – dijo. Aunque sabía que era mucho más que eso, era un buen comienzo – Pero no exactamente. Al principio lo es. Pero con la diferencia de que yo puedo decidir si estar así o no. Puedo hacer algo así como que mi alma salga del cuerpo. Puedo... Puedo volar – se sintió ridículo al decirlo – Aunque no es esa la palabra exacta. Puedo merodear por los alrededores. Puedo ver personas, pero ellas no pueden verme. Ya no es tan recurrente como antes. Por suerte esa incapacidad cada vez más grande me ha traído un poco más de calma. De niño solía entrar en ese estado casi a diario sin siquiera buscarlo. Me costaba regresar a mi cuerpo luego. Hasta que por fin encontré la manera de volver rápidamente. De todas formas, intento no hacerlo. Aunque a veces es tentador. Siento que soy... No lo sé... Una especie de elegido.


Volvió a sentirse patético por lo último. Su novia no supo qué responder. Se quedó observándolo, fijo. Taylor esperó paciente su respuesta. Hasta que llegó. Una respuesta evidente. María rió. Intentó hablar, pero volvió a reír. Terminó desparramada en el suelo de la risa.


  • Lo peor es que lo has dicho tan serio, que casi me creo semejante estupidez – dijo. Taylor suspiró, rendido, e intentó contagiarse de la risa para hacer creer que, en efecto, había sido una broma.


Aunque no lo era.


Recostado en el sofá, se quedó dormido. El asunto le estresaba demasiado. Hacía unos días había tenido un episodio. Comenzaba a olvidarlo. Habían pasado dos años desde la última vez. Y el Viernes anterior se había dado al igual que cuando era niño, sin buscarlo. Casi que de inmediato, luego de ser vencido por el cansancio. Sintió una especie de energía lumínica que emanaba de su pecho. Indoloro, aunque altamente sensible. Sintió un hormigueo intenso aprisionándole el torso. Luego observó su cuerpo desde arriba. Yacía inerte en el sofá, mientras su alma levitaba por encima.

El leve tictac del reloj era tan estruendoso como un golpe enérgico en un Gong. El brillo de las lámparas asemejaban la imagen de dos agujeros negros lejanos y masivos. No reconocía las voces de su entorno. Se oían robóticas, y variaban de intensidad según sus movimientos. Taylor no intentó volver a su cuerpo. Merodeó un poco más.

Se elevó hacia el exterior. La muchedumbre conversaba y sus voces le sonaron irritantes. No distinguía un sólo vocablo. El sol veraniego se había transformado en un territorio desolado y sin atractivo, una fría y simple esfera negra en un cielo liso negativo.

Había un enigma que lo perseguía desde aquél preciso momento en su niñez en que se dio cuenta de que era capaz de lograr adentrarse en aquél estado.


Las sombras.


Habían ocasiones en las que avistaba figuras sombrías pasar a lo lejos. Efímeras. Apenas perceptibles. Fugaces. Taylor sabía que ellas sí podían verlo. O percibirlo.

No era común toparse con ellas. Pero cuando aparecían, Taylor iba hacia éstas. Jamás lograba alcanzarlas. En más de una ocasión había logrado tenerlas de cerca. Pero emitían un lamento que le obligaba a alejarse. Muy pocas veces había logrado establecer un mínimo contacto con una de aquellas entidades vagantes y solitarias. Solía ser la misma. La figura intentaba comunicarse, pero Taylor era incapaz de comprender. Oía una especie de balbuceadas ininteligibles y en un tono de voz escalofriante. No era más que una sombra humeante, pero Taylor podía jurar haber percibido la profundidad de unos ojos invisibles observándole con detenimiento. Ojos lejanamente reconocibles. Cuando despertó, Taylor fue capaz de traducir con certeza algo de lo que aquella cosa había intentado transmitirle. Recordaba que había escuchado únicamente una leve expresión difusa y repetitiva. Algo que no le decía nada, a la vez que mucho.


¿Me reconoces?... ¿Me reconoces?... ¿Me reconoces?...”


No olvidaría jamás la sensación que experimentó ese día. Comenzó a sentir pánico. Allí se dio cuenta de que merodeando también podía experimentar ciertas emociones. Muy leves y difusas, pero sucedía. Huyó, y la sombra fue tras él. No paraba de repetir lo mismo.


¿Me reconoces? ¿Me reconoces? ¿Me reconoces?”


La última vez, la sombra lo persiguió durante todo el trayecto hacia su hogar. Taylor observó como su estado se tornaba más opaco, mientras la sombra cobraba una forma más familiar.


Humana.


De pronto la avistó encima de su cuerpo inerte, carente de alma. La entidad intentó poseer su cuerpo, pero Taylor logró volver en sí. Volvió a adentrarse en su carne, y despertó sobresaltado. Aquella sombra jamás había vuelto a presentarse. Pero fue precisamente luego de aquella situación, en la que Taylor había comenzado a sentirse inseguro. Ya no había vuelto a ser el mismo. Solía atreverse a levitar distancias considerablemente largas, pero desde entonces, prometió tratar de evitar la situación.


Ahora, en plena tarde, hundido en el sofá y bajo los efectos de la siesta, Taylor se había caído nuevamente en la tentación. Pensó en que era la primera vez que aquél episodio le sucedía en una tarde soleada. Se sentía un poco diferente, aunque la distorsión general en su percepción de sonidos e imagenes eran típicos de aquél estado. Todo resultaba contrario, negativo. Los colores se contradecían, lo opaco cobraba vida, lo vívido se griseaba.


No hubo nada demasiado tentador.


Taylor viajó hacia su cuerpo en cuanto una sensación extraña lo invadió. Allí fue cuando sintió, por primera vez, un cúmulo de emociones humanas que jamás había experimentado estando en aquél trance. Todo allí parecía inofensivo, despreocupado. Dejando de lado aquella experiencia puntual y el aspecto incómodo que cobraba el mundo cuando se disponía a merodear, era la única vez en la que podía experimentar absoluta libertad. Pero ésta vez, algo había cambiado.


Un sonido gutural iba haciéndose cada vez más invasivo a medida que avanzaba.

Cuando llegó, observó que alguien estaba encimado sobre su cuerpo carente de alma en el sofá. Era una persona real. No distinguía de quién se trataba. No podía comprender qué decía. Sólo percibió el desesperante tono de su voz imperceptible. Taylor se zambulló en el centro de su pecho, y su cuerpo volvió en sí.


  • ¡Qué susto me has dado, Tay! - dijo su novia – No despertabas... Te has quedado dormido profundamente.

Taylor tardó en responder. Se sentía agitado. Estaba pálido, un sudor frío corría por su cuerpo entero. El rostro de María le resultó extraño, lejano y oscuro. Se incorporó, la observó hasta lograr encontrarle un rasgo familiar. No fue hasta que ella sonrió, que su rostro recobró un poco de luminosidad.


  • ¿Te encuentras bien?

  • Sí... Sí.

Taylor la besó, y sintió su beso un poco desganado. Al parecer era ella quien no estaba bien. Nuevamente. María solía experimentar aquellos decaimientos repentinos, en donde podía estar elevada en el más dichoso de los momentos, a sumirse en la miseria emocional más absoluta. Cuando lograba estabilizarse, creía estar por fin aprendiendo a caminar sobre lava, hasta que la cruda realidad le hacía cambiar de opinión. Creía poder controlarlo, pero a decir verdad, continuaba siendo vulnerable. Fue por un acontecimiento ocurrido hacía ya dos años, el cual también involucraba directamente a Tayler, el por qué de su pesar crónico. Aquello le había llevado a padecer la vida. La culpa le atormentaba a diario. Jamás había vuelto a sentirse valiosa, ni un ser humano respetable. Desde allí había transitado siempre, inevitablemente, por el sendero de la desgracia. No solo no podía enderezar su rumbo, sino que también era como si la vida se empecinara en que nada pudiera acomodarse. Taylor había sido su vía de escape a la vez que el principio de su final. Aunque desde siempre había estado dispuesta a precipitarse hacia el vacío.


Taylor tenía la sensación de que los besos iban perdiendo cada vez más poder anestésico. Los abrazos eran un simple apretón sin certezas. Las caricias, generaban escalofríos. Pero no era debido a desamor. María lo consideraba siempre su mayor virtud, al igual que Taylor la consideraba la mitad de su existencia.


Siguieron tumbados en el sofá, simplemente admirando sus rasgos faciales tan atractivos. La situación dio un giro inesperado, y corrieron hacia la habitación. Fue un deseo repentino, la forma más salvaje y básica de apaciguar las ansiedades.

Fueron incontables horas de descargo, hasta que los cuerpos no soportaron más. La noche rápidamente los advirtió y, desde ahí, sólo brindaron su tiempo al sueño.




2


Posesión



No estuvo seguro de haber despertado, ni haber dormido lo suficiente. María no estaba a su lado. La parálisis del sueño le inmovilizó cada vez que intentaba entrar en vigilia. Se sentía vacío pero, ésta vez, en el buen sentido. De cualquier manera, no lograba despegar su rostro ensalivado de la almohada. Logró girarse, hasta quedar boca arriba, pero el cansancio profundo le volvió a impedir despertar del todo. Su cuerpo se mantuvo paralizado, y comenzó a preocuparle no poder tener control sobre sí mismo. Fueron minutos eternos. No quería entrar nuevamente en aquél estado invertido e incierto. Intentó abstenerse.

Hasta que sucedió.

Había vuelto.

Pero Taylor estaba plenamente consciente. Solo que su cuerpo seguía sin responder.

Por alguna razón, reconoció aquella figura sombría, a pesar de no tener ningún rasgo reconocible. Era una figura humeante, aunque en ocasiones cobraba aspecto humano para luego deformarse nuevamente ante sus ojos.


¿Me reconoces?


No...


¿Me reconoces?”


No...


¿Me reconoces?”


No... ¿O tal vez sí?...


Taylor abandonó su cuerpo, y se enfrentó a lo que fuera que tenía delante de sí. No sentía un miedo desmedido, aunque sí una inquietud que iba más allá de lo físico. La figura se esfumó de repente, y Taylor voló hacia ella. Sin percatarse de las consecuencias, cometió el peor de los errores.


Se alejó.


Cuando regresó hacia su cuerpo, la cama estaba vacía.


Merodeó por cada rincón, se alejó todavía más y volvió nuevamente, pero no logró encontrarlo.


No logró encontrarse.


Permaneció elevado en la habitación, hasta que, por el pasillo hacia la sala, se vio llegar a sí mismo. Intentó adentrarse en su cuerpo, reclamando la humanidad que le pertenecía, pero le fue imposible. Taylor era simplemente un espectador desesperado.

Apenas reconocía sus rasgos físicos. Toda su habitación se abrillantó de un blanco cegador, mientras que su cuerpo poseído parecía ennegrecer cada vez más, hasta convertirse en una figura negativa. Taylor observó su cuerpo volver a recostarse, y desde él se desprendió una sombra negruzca que le atravesó con violencia, mientras emitía sonidos guturales desesperantes. Rápidamente se elevó un poco, y se introdujo nuevamente dentro de su carne.




3


Amnesia



Cuando despertó, era ya media tarde. Se levantó de un tirón. Estaba entre dos percepciones diferentes. Al parecer había dormido sólo un poco. Pero al echar un vistazo a su teléfono, decía Jueves por la tarde. ¿Era posible que haya estado un día seguido recostado? No... Realmente no. Fuera llovía, y el cielo comenzó a deprimirse. María no estaba allí.

De repente los recuerdos vinieron como notificaciones al desactivar el modo avión del móvil. Era Miércoles por la tarde, Taylor se recostó en el sofá. Merodeó...

Volvió. Recordó el rostro de María, oscuro... Hicieron el amor. Fueron muchas horas. Se durmieron hasta el día siguiente...

Despertó, y luego había ocurrido algo más.

¿Fue aquello real?

Tenía una imagen en la que había visto la sombra, nuevamente...


¿Me reconoces?


Taylor se cuestionó. De cierta forma sentía una conexión extrañamente cercana con aquél ser. Pero no lograba reconocer del todo la identidad de aquél espectro. ¿Era el alma de alguien ya fallecido? ¿Era alguien que, al igual que él, tenía la capacidad de despegar el alma de su cuerpo? ¿Era un ser distante, de otro mundo, o de otro espacio temporal?


¿Lo reconozco?


Las dudas comenzaron a corroerle, y su piel se congeló de miedo e inquietud.

Luego recordó algo más. Se había visto a sí mismo. Caminando. La cama vacía. Luego recordó ver su cuerpo regresar. Como si otra alma lo hubiese tomado prestado.


¿Qué era verdad y qué era mentira?


Taylor abandonó la habitación, desesperado. El encierro le estaba agobiando. El frescor de la sala le reconfortó. Miró hacia el pasillo, y entonó el nombre de María.


No obtuvo respuesta.


Buscó su teléfono nuevamente. Tampoco tenía mensajes suyos. Escuchó un milisegundo del audio extenso de su jefe que reclamaba su ausencia y su falta de compromiso. Le ignoró por completo, e ignoró las demás notificaciones sin relevancia.

A pesar del buen aislamiento sonoro de su apartamento, era imposible ignorar las alocadas bocinas de la calle. Se aproximó hacia el balcón para saber a qué se debía tanta anormalidad. Al abrir la puerta de vidrio, los sonidos chirriantes irrumpieron en la esterilidad ambiental. El clima no parecía tener intenciones de mejorar, aunque para Taylor aquella tela grisácea era símbolo de paz.


Aunque su tranquilidad no pareció durar demasiado.


Fue casi instantáneo. Imposible no darse por aludido. Desde el décimo piso observó una multitud que impedía el libre tránsito. La policía intentaba controlar el tráfico, y cortar la calle completa. Las bocinas se hacían cada vez más molestas, y ecos de voces aún más intensas se unieron al festival de ruido. Fue cuando Taylor se arrimó al borde del balcón, y vio como todas las personas elevaban su cabeza. Se estremeció al ver que todos parecían observar en su dirección, pero era difícil saberlo a esa distancia. Volvió a adentrarse en la oscuridad del interior de su apartamento, cuestionándose. El pitido de la irrupción continuó en sus oídos por un buen rato.

¿Qué sucedía allí abajo? Debía ser algo grave. Pero Taylor no estaba dispuesto a averiguarlo.

Su lucidez era aún todavía muy limitada. Aún estaba en un estado lejos de la plenitud. El cansancio todavía seguía latente. Los bellos de sus manos y brazos estaban rígidos. Como si se acabara de lavar sin secar permitiendo que el agua se endureciera en su piel. Le resultó extraño, porque no recordaba haberlo hecho. Se dirigió de nuevo al baño, para quitarse aquella rigidez molesta. Encendió la luz, y en el momento de acercarse al lavamanos y abrir el grifo, retrocedió. Se quedó estupefacto, mirando hacia el centro, mientras el agua se desperdiciaba por la cañería.


Líneas rojas deslizaban por el mármol pulido.


¿Sangre?


Sangre acuosa. Como quien se corta un dedo y luego lo coloca debajo del grifo para permitir que el agua impida la hemorragia por algunos segundos y limpiar los restos de sangre. En el suelo, fue la misma historia. Sólo que la sangre allí comenzaba a coagularse. A la luz fría del cuarto de baño pudo observar otro detalle que había obviado anteriormente. Su ropa oscura, tenía múltiples manchas apenas perceptibles. Levantó su camiseta, y la sangre había también penetrado en el bello de su pecho. Recién allí comenzó a sentir la incomodidad que le provocó tener aquella sustancia viscosa adherida, mezclada con el sudor. Taylor comenzó a desesperarse, y apareció su lucidez más elevada. El suelo se impregnó de huellas de sus pies descalzos, pintados con la sangre que era más abundante de lo que creyó en un principio.


Aquello fue apenas un aperitivo.


Su vista periférica fue consciente del detalle más horripilante. La ducha estaba completamente teñida de un rojo intenso. El vidrio templado apenas perceptible, le daba un aspecto todavía más macabro. Taylor giró su cabeza, y evitó mirar hacia allí. Salió del baño y se dirigió hacia la sala. Se puso de cuclillas, tomó su cabello con fuerza e intentó despertar.


Lamentablemente, ésta vez no se trataba de un sueño.


Al ojear de nuevo hacia adentro, el panorama rojizo seguía intacto. El roble oscuro y la escasa luminosidad de su casa habían logrado camuflar perfectamente las manchas de sangre que se extendían hacia el balcón, las cuales Taylor también había pisado, sin haberse percatado si quiera de ello.


Respiró levemente, y esperó. Debía abrir la ducha. No sabía con qué se encontraría.


Cuando se decidió, el eco estruendoso de unos pasos firmes y pesados provenientes de las escaleras le alertó. Antes de un suspiro más, un grupo de policía fuertemente armados irrumpió en su casa y se abalanzaron sobre él.


Taylor perdió el conocimiento.





4



Inocente... ¿O quizá no?


Le resultaba extraño estar allí. Había visto aquellas salas de interrogación millones de veces en las películas, pero no sabía con certeza si existían de verdad. Ahora sabía que eran reales. Incluso la luminosidad mínima, el cristal mágico que sólo se ve desde un lado, las paredes grises. La incomodidad. El policía resguardando la puerta reforzada.


Las preguntas.


Taylor no había tenido tiempo a reaccionar. Sólo se había enterado de la noticia de la forma más antipática del mundo. A su novia, María la habían asesinado. Primero, había luchado contra su atacante mientras se duchaba quien, al parecer, la había violentado con una cuchilla que permaneció en la bañera como principal evidencia. Ella sacó fuerzas de su interior, y corrió hacia el balcón. Allí gritó hacia la calle y hacia los apartamentos cercanos. Nadie apreció escucharla. A lo mejor su voz era tan sólo un hilo, debido a la rapidez con que palideció. Pareció no haber llamado la atención, hasta que cayó desde el décimo piso. El estruendo seco de su cuerpo impactar contra el pavimento provocó rápidamente el horror de todos los peatones, que rápidamente se fueron multiplicando, más por morbosidad que por solidaridad. Aunque todos supieron desde el primer momento que no había nada que hacer.


A Taylor todo aquello seguía pareciéndole un sueño. Una broma de mal gusto. Una tortura irreal.


¿María estaba muerta? ¿La habían asesinado? ¿Qué?...


Y lo peor de todo, dudaban de él.


Más bien, estaban seguros de que había sido él.

Pero Taylor ni siquiera lograba comprender la situación. Su mente divagaba más que nunca, y de a ratos intentaba mantenerse en el presente. No fue capaz de escuchar las palabras del agente policial, sino hasta que éste levantó la voz. Taylor pegó un salto, y las esposas de acero que apretujaban sus tobillos y muñecas resonaron. Recién fue consciente de lo ridículo de todo aquello.


  • ¿Por qué la mataste? - preguntó el agente, que comenzaba a impacientarse. Esperaba que no hablara hasta que se presentara un abogado. Sin embargo, Taylor pareció estar dispuesto.

  • Yo no...

  • Bien, dejame adivinar. Lo negarás todo, e intentarás improvisar una historia que, más que hacernos dudar, te hundirá todavía más. Te conviene hablar y aclarar las cosas, terminaremos con todo ésto cuanto antes. Te seré sincero... No te prometo que te beneficiará colaborar. Lo que has hecho no tiene ningún pretexto. Sólo ayúdanos a acabar con ésto cuanto antes.

  • Yo no la maté.


El agente emitió un largo suspiró. Se reclinó en la silla, y reclinó su cabeza en señal de hartazgo.


  • Mira, chico – dijo él, intentando imponer su longevidad y experiencia – Estoy harto de los criminales como tú que intentan zafar aún con las pruebas más evidentes. Sólo ayúdanos a entender tus razones... Aunque ninguna razón justifique lo que hiciste.

  • ¿Qué fue lo que hice?

El policía casi se deja llevar por su lado más salvaje, pero realmente captó cierta incertidumbre y desentendimiento en la mirada de Taylor. Pensó que a lo mejor estaba drogado, y en aquél estado probablemente no fuera ni siquiera consciente de lo sucedido.


  • ¿Estás drogado?

  • No.

  • ¿Seguro?

  • Sí.

  • ¿En el momento del asesinato consumiste algo?

  • Mierda...

Se levantó de su silla y miró a Taylor con desprecio.


  • ¿Quieres hacer memoria?


El agente tomó el silencio como un sí.


  • La apuñalaste reiteradas veces mientras se duchaba. La golpeaste. Luego la arrojaste desde el balcón hacia abajo. Algo evidente. Ahora, dime... ¿Por qué?

El silencio avasalló el ambiente. De su mente fueron brotando imágenes que parecían ser recuerdos... Aunque Taylor no estaba seguro de que lo fueran...


No podían serlo.


María se duchaba. Se vistió a medias dentro de la bañera. Ese fue el momento preciso. Gritos. Una situación confusa. Se encontró elevando su voz. Recordó el dolor punzante en su garganta que aquél grito había significado. El cuchillo de cocina, que algún momento cedió dentro de su tórax. A pesar de su inferioridad física, ella logró escapar de todos modos. Abrió la puerta del balcón, mientras iba dejando restos de sangre por el roble oscuro. Intentó pedir ayuda, pero nadie parecía escucharla. Ni siquiera alertarse. Es que las fuerzas fueron menguando rápidamente. La hemorragia era incontrolable a esa altura. Toda la coloración oscura de su apartamento había vuelto casi invisible lo evidente.


Las huellas de la muerte.


Se sujetó de la barandilla. No fue muy difícil elevar su cuerpo y arrojarlo hacia el vacío.


El agente sintió repulsión al ver a Taylor llorar. Desconsoladamente. Lágrimas de absoluta derrota y cobardía.


  • ¿Seguirás negando?


Ésta vez, tomó el silencio como un no.


  • O me dirás, tal vez... - prosiguió el agente – Lo que repiten todos los cobardes como tú, que no eras tú...

Era justamente lo que Taylor pensaba decir. Pero ya no pudo. El agente detectó que aquella era su intención.


  • ¿Estabas poseído por algún demonio, Taylor? - se burló, intentando ridiculizarlo aún más.

  • Ya basta, Christian – interrumpió alguien en la sala. Más exactamente el jefe del departamento – Creo que es bastante evidente. Por lo pronto lo llevaremos a la celda, y permanecerá allí hasta que decretemos el traslado.

Christian sintió ganas de escupirle la cara, pero se abstuvo. Le costaba mantener el profesionalismo en casos de ésta magnitud.


Dos policías escoltaron a Taylor hasta la celda preventiva. Donde procurarían hacerle vivir el peor de los infiernos.








5


2 años antes



Con el corazón en la mano. Derrotado y derramando su amor propio. Así llegó Alexander a rogar una vez más el amor de María. Era el último intento. Ya se le habían acabado las maneras. Las buenas y las no tan buenas. Las que involucran un poco de manipulación. Conscientemente, hasta que el convencimiento las volviese realidad.

Sus ojos viscosos. Realmente se encontraba en el punto más miserable de su vida. Jugando sus últimas cartas. Las cartas que jamás pensó poner sobre las mesas. Las que sólo te llevan a perder. El timbre sonó, y María no tardó en abrir. Quizá de alguna forma ya lo esperaba. La noche llegaría y Alexander pondría en marcha el nuevo plan que había estado pensando todo el día. Quería acabar con el circo cuanto antes.


  • Alex... Ya basta.

  • Te amo, María – dijo, y sus ojos impregnados de lagañas obligaron a María a bajar la mirada para evitar la arcada – Te amo. No puedes tirar todo a la basura...


Su nueva estrategia era idéntica a la primera. Exponer todo lo vivido. Culparla por “tirar todo a la basura”. Por “dar la espalda a tantos años de relación”. Bla, bla, bla.

María dudó de si ería su última estrategia, o si había vuelto a empezar desde cero. Esperaba fuera lo primero.

María cerró la puerta en su cara, mientras él seguía hablando y elevaba su voz a medida que la puerta se iba cerrando. Aquello le dolió hasta a ella. Pero quizá una gota de crueldad le haría ceder de una vez por todas. La calma fue inmediata. Intentó conectar de nuevo con la hermosa noche que venía forjado hasta el momento.


Pero Alexander utilizó el haz bajo la manga.


Derribó la puerta de un material levemente mas resistente que la hojalata, y entró. Notoriamente más afectado. Se abalanzó sobre María y la tomó por el cuello.


  • Si no vas a amarme, entonces no amarás a nadie más... Perra – sus lágrimas se endurecieron como el cemento, y su voz perdió todo rastro de afectación.


María evitó el beso forzado, y le mordió el labio inferior hasta hacerle sangrar. Logró liberarse de las manos temblantes y decididas de su atacante.

Y fue allí, cuando Alexander comprendió.


Siempre había sido más que evidente. Sólo no pudo verlo.


O no quiso verlo jamás.


Lo comprendió, cuando vio salir a Tayler de su escondite.

Tayler, su mejor amigo.

Su hermano de toda la vida.

A quien amaba tanto como a María.

No tuvo capacidad de reacción. Sus ojos resecos fabricaron nuevas lágrimas. El dolor era inmenso. Insoportable y punzante.

Alexander no reprochó nada. Sus palabras se estancaron. Para siempre. Sólo desenfundó el arma. Y disparó. Tres veces hacia María, acertando dos. Tres veces hacia Tayler, acertando las tres.


Luego apretó el revolver contra su sien, y apretó el gatillo.








6


Secuelas



Tayler estuvo varios meses inmóvil de sus brazos. Las balas habían impactado en sus hombros. María había estado en estado grave. Algunos de sus órganos se habían visto comproemtidos. Necesitó de trasplantes y el convencimiento de un nuevo estilo de vida. Agradecida en todo momento hacia el Dios que tanto alababa, su replanteamiento fue inmediato. Su vida pasó por altibajos emocionales terribles desde entonces. Aquello le había marcado tanto física como psicológicamente. No había día que no recordara a Alex, y no sintiera culpa. En sus sueños sentía su voz. Su voz de absoluto desasosiego, de indignación.


De dolor.


Trataba de convencerse de que, si bien había fallado, no merecía nada de lo sucedido. Se había enamorado de su mejor amigo. Fue un despropósito descomunal, pero inevitable. Cuando la mente y el corazón se unen, no hay anda que hacer. Y ambos habían aceptado vivir la aventura. Estaban dispuestos al juicio social inevitable. No esperaban que Alexander alguna vez lo entendiera, pero desde siempre habían entendido que, vivir un amor de semejante magnitud y repercusión, debía de ser perpetuado de la manera más directa posible. Sin tapujos. Anunciarlo directo en la cara. De cualquier forma, sería un proceso largo. Un proceso que se vio interrumpido, y que terminó en tragedia. Luego del suicidio de Alexander, se habían separado por casi un año. Se veían de vez en cuando, cuando el anhelo era ya insoportable. Hasta que, cuando la sanación se acercó a la suficiencia, se marcharon lejos, dispuestos a empezar desde cero.

Aunque para María, la sanación jamás había sido completa. A veces creía que la herida se abría cada vez más. Reprochaba a Tayler querer olvidar lo que había sucedido. Tayler reprochaba el hecho de no querer olvidarlo.


Intentaron luchar contra la culpa, pero la realidad es que jamás habían logrado ser felices. Sentían, de alguna manera, que Alexander seguía allí, presente. Impidiendo que sonrieran.


Aún así, se necesitaban.


A veces, era como si su alma siguiera merodeando.



7


Vuelta al presente


Cuando llegó la noche, Tayler se recostó en la cama de hormigón de su celda. Sus intenciones estaban lejos de querer dormir, pero el desgaste lo fue obligando a cerrar sus párpados. Ni siquiera el olor repugnante a óxido y humedad le impidieron ceder.

Fue algo inmediato. Se rindió, y su cuerpo comenzó a alivianarse. Más y más. Ésta vez no se negó. Abandonó su cuerpo, dudando de si volvería alguna vez. Se elevó, y observó como los policías intentaban reanimar su cuerpo inerte. Algo que no sucedería.


Abandonó el lugar.


Ésta vez, la noche era oscura también allí. Casi a la semejanza con la realidad misma. O lo que su condición humana percibía como real.


Al mismo tiempo, ya no era lo mismo.


Sentía haber perdido vitalidad. Era costoso incluso andar sin un cuerpo condicionante. Continuó, y continuó. Un alma se le unió en el camino. Era hermoso poder lograr la eternidad con quien amas, aunque en vida te haya costado la vida, valga la redundancia.


Seguiría merodeando, hasta que la energía se desgaste, y la existencia se extinguiera. Porque nada es eterno, en ninguna parte. Ni siquiera en el plano espiritual.


Aquél cuerpo que yacía sobre una celda ya no le pertenecía. Su mente había sido ennegrecida con recuerdos que no eran suyos. Con barbaridades que no había cometido. Jamás hubiera sido capaz de hacerle daño. Ella era, ahora, más que la mitad de su existencia. Era totalidad.



Se había pasado mil noches frente a una lápida que anunciaba el descanso eterno de Alexander. Lamentaba todo lo ocurrido. Lamentaba que la última imagen fuese de absoluta tragedia. No lamentaba haberse enamorado de María, lamentaba haber hecho sufrir a su mejor amigo. Pero las disculpas jamás habían llegado a destino.


O no habían sido jamás aceptadas.


  • Creo que estás quedando loco – le había dicho alguna vez su mejor amigo. Lo recordaba con calidez, a pesar de todo lo ocurrido.


Ahora sabes que no estaba loco.


En días posteriores, su cuerpo fue velado, para que luego el fuego redujera la carne a cenizas. Algunos se animaron a llorar su ausencia, a pesar de lo que implicaba. Incluso se animaron a dudar de la veracidad de la historia. A pesar de que no hubiera forma de justificarlo. Eso fue paz para el alma de Tayler y María.


Los pecados se habían pago caro. Pero el rencor quizá seguiría insatisfecho por el resto de la eternidad.




¿Me reconoces?




Claro que sí. Te reconozco. Has logrado tu cometido, querido amigo.
























"Que te sea leve"

G.N. Arias El surco del sofá le consumía casi por completo. El algodón de relleno estaba reducido a una simple masa uniforme que había cedid...