G.N. Arias
1
Nunca fue normal
Algo similar le había expresado su
hermano. Su padre se había reído y le ridiculizó, creía que era
otra de sus bromas estúpidas. Aún conservaba el sentido común. Su
madre admitió que era una historia ingeniosa, pero no caería. A
pesar de su vejez, el deterioro mental no era todavía suficiente
como para creer posible un relato semejante. Taylor supo con más
seguridad que aquello no era normal. Ni siquiera un talento. Mas bien
era aterrador. Logró convivir con aquél “don”, únicamente
porque alguna vez en su niñez solía ser una práctica cotidiana.
Como todo niño que está descubriendo el mundo, era capaz de creer
cosas como que un viejo barbudo de traje rojo, sentado en un trineo
cinchado por renos mágicos voladores entregaba regalos a cada niño
del mundo, en navidad, sin excepción, justo en el preciso momento en
el que cada uno dormía. Una edad en la que poco se cuestionan las
incongruencias, aunque resulten evidentes.
Y también era capaz de creer que
despegar el alma de su cuerpo, levitar y moverse por el espacio era
una práctica normal en los seres humanos.
Cuando comprendió el martirio que ésto
suponía, la treintena y el estrés de la rutina comenzaba a
dificultarle el sueño inmediato, lo que aminoraba cada vez más la
facilidad con la que podía acceder a aquél trance. Le costaba más
concentrarse, y la práctica comenzó a ser cada vez más complicada
de conseguir. Agradeció que ésto comenzase a menguar. Intentaba no
caer en la tentación cada vez que caía la noche. De alguna manera
se sentía afortunado, a la vez que maldecido.
De niño era simplemente cuestión de
cerrar los ojos. Había oído hablar de personas capaces de tener
sueños lúcidos, pero jamás que pudiesen abandonar su cuerpo y
vagar por los alrededores. Claro que existían movidas de viajes
astrales y por el estilo, pero estaba seguro que la mayoría eran
mentiras. Taylor se preguntaba si existía más gente como él, que
no se animaba a compartir éste extraño secreto. O si también lo
han querido demostrar y habían sido rechazados, tratados de locos o
ridiculizados.
Bajo éste estado, sus sentidos se
veían reducidos a visión y audición. Un tipo de visión
modificada, en tonos negativos y sepias. Alguna vez había oído
hablar que lo que el ojo humano captaba podía no ser la realidad en
sí misma. Taylor consideraba la posibilidad de que aquella fuera la
verdadera percepción. Su capacidad auditiva bajo éste estado era
también muy apartado de su cotidianidad humana. Todo parecía ser
difuso, meticuloso a la vez que atronador. Todo era chirridos
molestos. El motor de los automóviles eran gritos desgarradores. El
canto de las ranas y criaturas nocturnas eran casi un lamento. Las
voces humanas eran incomprensibles.
Lo había vuelto a intentar, una vez
más. Llevaba ya más de un año de relación con su novia, María, y
consideró la posibilidad de que ella fuese capaz de creerle sin
tratarlo de imbécil. Necesitaba compartirlo con alguien alguna vez,
sentirse comprendido y, sobre todo, que le creyeran.
¿Parálisis del sueño? -
respondió ella. Taylor sabía lo que era la parálisis del sueño.
También había leído sobre eso. Muchas personas lo padecían en el
mundo. Se trata de una parálisis completa del cuerpo que ocurre
normalmente en el proceso del sueño a la vigilia.
Algo así, sí – dijo. Aunque
sabía que era mucho más que eso, era un buen comienzo – Pero no
exactamente. Al principio lo es. Pero con la diferencia de que yo
puedo decidir si estar así o no. Puedo hacer algo así como que mi
alma salga del cuerpo. Puedo... Puedo volar – se sintió ridículo
al decirlo – Aunque no es esa la palabra exacta. Puedo merodear
por los alrededores. Puedo ver personas, pero ellas no pueden verme.
Ya no es tan recurrente como antes. Por suerte esa incapacidad cada
vez más grande me ha traído un poco más de calma. De niño solía
entrar en ese estado casi a diario sin siquiera buscarlo. Me costaba
regresar a mi cuerpo luego. Hasta que por fin encontré la manera de
volver rápidamente. De todas formas, intento no hacerlo. Aunque a
veces es tentador. Siento que soy... No lo sé... Una especie de
elegido.
Volvió a sentirse patético por lo
último. Su novia no supo qué responder. Se quedó observándolo,
fijo. Taylor esperó paciente su respuesta. Hasta que llegó. Una
respuesta evidente. María rió. Intentó hablar, pero volvió a
reír. Terminó desparramada en el suelo de la risa.
Lo peor es que lo has dicho tan
serio, que casi me creo semejante estupidez – dijo. Taylor
suspiró, rendido, e intentó contagiarse de la risa para hacer
creer que, en efecto, había sido una broma.
Aunque no lo era.
Recostado en el sofá, se quedó
dormido. El asunto le estresaba demasiado. Hacía unos días había
tenido un episodio. Comenzaba a olvidarlo. Habían pasado dos años
desde la última vez. Y el Viernes anterior se había dado al igual
que cuando era niño, sin buscarlo. Casi que de inmediato, luego de
ser vencido por el cansancio. Sintió una especie de energía
lumínica que emanaba de su pecho. Indoloro, aunque altamente
sensible. Sintió un hormigueo intenso aprisionándole el torso.
Luego observó su cuerpo desde arriba. Yacía inerte en el sofá,
mientras su alma levitaba por encima.
El leve tictac del reloj era tan
estruendoso como un golpe enérgico en un Gong. El
brillo de las lámparas asemejaban la imagen de dos agujeros negros
lejanos y masivos. No reconocía las voces de su entorno. Se oían
robóticas, y variaban de intensidad según sus movimientos. Taylor
no intentó volver a su cuerpo. Merodeó un poco más.
Se elevó hacia el
exterior. La muchedumbre conversaba y sus voces le sonaron
irritantes. No distinguía un sólo vocablo. El sol veraniego se
había transformado en un territorio desolado y sin atractivo, una
fría y simple esfera negra en un cielo liso negativo.
Había un enigma
que lo perseguía desde aquél preciso momento en su niñez en que se
dio cuenta de que era capaz de lograr adentrarse en aquél estado.
Las sombras.
Habían ocasiones
en las que avistaba figuras sombrías pasar a lo lejos. Efímeras.
Apenas perceptibles. Fugaces. Taylor sabía que ellas sí podían
verlo. O percibirlo.
No era común
toparse con ellas. Pero cuando aparecían, Taylor iba hacia éstas.
Jamás lograba alcanzarlas. En más de una ocasión había logrado
tenerlas de cerca. Pero emitían un lamento que le obligaba a
alejarse. Muy pocas veces había logrado establecer un mínimo
contacto con una de aquellas entidades vagantes y solitarias. Solía
ser la misma. La figura intentaba comunicarse, pero Taylor era
incapaz de comprender. Oía una especie de balbuceadas ininteligibles
y en un tono de voz escalofriante. No era más que una sombra
humeante, pero Taylor podía jurar haber percibido la profundidad de
unos ojos invisibles observándole con detenimiento. Ojos lejanamente
reconocibles. Cuando despertó, Taylor fue capaz de traducir con
certeza algo de lo que aquella cosa había intentado transmitirle.
Recordaba que había escuchado únicamente una leve expresión difusa
y repetitiva. Algo que no le decía nada, a la vez que mucho.
“¿Me reconoces?... ¿Me
reconoces?... ¿Me reconoces?...”
No olvidaría jamás
la sensación que experimentó ese día. Comenzó a sentir pánico.
Allí se dio cuenta de que merodeando también podía experimentar
ciertas emociones. Muy leves y difusas, pero sucedía. Huyó, y la
sombra fue tras él. No paraba de repetir lo mismo.
“¿Me reconoces? ¿Me reconoces?
¿Me reconoces?”
La última vez, la
sombra lo persiguió durante todo el trayecto hacia su hogar. Taylor
observó como su estado se tornaba más opaco, mientras la sombra
cobraba una forma más familiar.
Humana.
De pronto la avistó
encima de su cuerpo inerte, carente de alma. La entidad intentó
poseer su cuerpo, pero Taylor logró volver en sí. Volvió a
adentrarse en su carne, y despertó sobresaltado. Aquella sombra
jamás había vuelto a presentarse. Pero fue precisamente luego de
aquella situación, en la que Taylor había comenzado a sentirse
inseguro. Ya no había vuelto a ser el mismo. Solía atreverse a
levitar distancias considerablemente largas, pero desde entonces,
prometió tratar de evitar la situación.
Ahora, en plena
tarde, hundido en el sofá y bajo los efectos de la siesta, Taylor se
había caído nuevamente en la tentación. Pensó en que era la
primera vez que aquél episodio le sucedía en una tarde soleada. Se
sentía un poco diferente, aunque la distorsión general en su
percepción de sonidos e imagenes eran típicos de aquél estado.
Todo resultaba contrario, negativo. Los colores se contradecían, lo
opaco cobraba vida, lo vívido se griseaba.
No hubo nada
demasiado tentador.
Taylor viajó hacia
su cuerpo en cuanto una sensación extraña lo invadió. Allí fue
cuando sintió, por primera vez, un cúmulo de emociones humanas que
jamás había experimentado estando en aquél trance. Todo allí
parecía inofensivo, despreocupado. Dejando de lado aquella
experiencia puntual y el aspecto incómodo que cobraba el mundo
cuando se disponía a merodear, era la única vez en la que podía
experimentar absoluta libertad. Pero ésta vez, algo había cambiado.
Un sonido gutural
iba haciéndose cada vez más invasivo a medida que avanzaba.
Cuando llegó,
observó que alguien estaba encimado sobre su cuerpo carente de alma
en el sofá. Era una persona real. No distinguía de quién se
trataba. No podía comprender qué decía. Sólo percibió el
desesperante tono de su voz imperceptible. Taylor se zambulló en el
centro de su pecho, y su cuerpo volvió en sí.
Taylor tardó en
responder. Se sentía agitado. Estaba pálido, un sudor frío corría
por su cuerpo entero. El rostro de María le resultó extraño,
lejano y oscuro. Se incorporó, la observó hasta lograr encontrarle
un rasgo familiar. No fue hasta que ella sonrió, que su rostro
recobró un poco de luminosidad.
¿Te
encuentras bien?
Sí... Sí.
Taylor la besó, y
sintió su beso un poco desganado. Al parecer era ella quien no
estaba bien. Nuevamente. María solía experimentar aquellos
decaimientos repentinos, en donde podía estar elevada en el más
dichoso de los momentos, a sumirse en la miseria emocional más
absoluta. Cuando lograba estabilizarse, creía estar por fin
aprendiendo a caminar sobre lava, hasta que la cruda realidad le
hacía cambiar de opinión. Creía poder controlarlo, pero a decir
verdad, continuaba siendo vulnerable. Fue por un acontecimiento
ocurrido hacía ya dos años, el cual también involucraba
directamente a Tayler, el por qué de su pesar crónico. Aquello le
había llevado a padecer la vida. La culpa le atormentaba a diario.
Jamás había vuelto a sentirse valiosa, ni un ser humano respetable.
Desde allí había transitado siempre, inevitablemente, por el
sendero de la desgracia. No solo no podía enderezar su rumbo, sino
que también era como si la vida se empecinara en que nada pudiera
acomodarse. Taylor había sido su vía de escape a la vez que el
principio de su final. Aunque desde siempre había estado dispuesta a
precipitarse hacia el vacío.
Taylor tenía la
sensación de que los besos iban perdiendo cada vez más poder
anestésico. Los abrazos eran un simple apretón sin certezas. Las
caricias, generaban escalofríos. Pero no era debido a desamor. María
lo consideraba siempre su mayor virtud, al igual que Taylor la
consideraba la mitad de su existencia.
Siguieron tumbados
en el sofá, simplemente admirando sus rasgos faciales tan
atractivos. La situación dio un giro inesperado, y corrieron hacia
la habitación. Fue un deseo repentino, la forma más salvaje y
básica de apaciguar las ansiedades.
Fueron incontables
horas de descargo, hasta que los cuerpos no soportaron más. La noche
rápidamente los advirtió y, desde ahí, sólo brindaron su tiempo
al sueño.
2
Posesión
No
estuvo seguro de haber despertado, ni haber dormido lo suficiente.
María no estaba a su lado. La parálisis del sueño le inmovilizó
cada vez que intentaba entrar en vigilia. Se sentía vacío pero,
ésta vez, en el buen sentido. De cualquier manera, no lograba
despegar su rostro ensalivado de la almohada. Logró girarse, hasta
quedar boca arriba, pero el cansancio profundo le volvió a impedir
despertar del todo. Su cuerpo se mantuvo paralizado, y comenzó a
preocuparle no poder tener control sobre sí mismo. Fueron minutos
eternos. No quería entrar nuevamente en aquél estado invertido e
incierto. Intentó abstenerse.
Hasta
que sucedió.
Había
vuelto.
Pero
Taylor estaba plenamente consciente. Solo que su cuerpo seguía sin
responder.
Por
alguna razón, reconoció aquella figura sombría, a pesar de no
tener ningún rasgo reconocible. Era una figura humeante, aunque en
ocasiones cobraba aspecto humano para luego deformarse nuevamente
ante sus ojos.
“¿Me
reconoces?”
No...
“¿Me reconoces?”
No...
“¿Me reconoces?”
No... ¿O
tal vez sí?...
Taylor
abandonó su cuerpo, y se enfrentó a lo que fuera que tenía delante
de sí. No sentía un miedo desmedido, aunque sí una inquietud que
iba más allá de lo físico. La figura se esfumó de repente, y
Taylor voló hacia ella. Sin percatarse de las consecuencias, cometió
el peor de los errores.
Se
alejó.
Cuando
regresó hacia su cuerpo, la cama estaba vacía.
Merodeó
por cada rincón, se alejó todavía más y volvió nuevamente, pero
no logró encontrarlo.
No logró
encontrarse.
Permaneció
elevado en la habitación, hasta que, por el pasillo hacia la sala,
se vio llegar a sí mismo. Intentó adentrarse en su cuerpo,
reclamando la humanidad que le pertenecía, pero le fue imposible.
Taylor era simplemente un espectador desesperado.
Apenas
reconocía sus rasgos físicos. Toda su habitación se abrillantó de
un blanco cegador, mientras que su cuerpo poseído parecía
ennegrecer cada vez más, hasta convertirse en una figura negativa.
Taylor observó su cuerpo volver a recostarse, y desde él se
desprendió una sombra negruzca que le atravesó con violencia,
mientras emitía sonidos guturales desesperantes. Rápidamente se
elevó un poco, y se introdujo nuevamente dentro de su carne.
3
Amnesia
Cuando
despertó, era ya media tarde. Se levantó de un tirón. Estaba entre
dos percepciones diferentes. Al parecer había dormido sólo un poco.
Pero al echar un vistazo a su teléfono, decía Jueves por la tarde.
¿Era posible que haya estado un día seguido recostado? No...
Realmente no. Fuera llovía, y el cielo comenzó a deprimirse. María
no estaba allí.
De
repente los recuerdos vinieron como notificaciones al desactivar el
modo avión del móvil. Era Miércoles por la tarde, Taylor se
recostó en el sofá. Merodeó...
Volvió.
Recordó el rostro de María, oscuro... Hicieron el amor. Fueron
muchas horas. Se durmieron hasta el día siguiente...
Despertó,
y luego había ocurrido algo más.
¿Fue
aquello real?
Tenía
una imagen en la que había visto la sombra, nuevamente...
¿Me reconoces?
Taylor
se cuestionó. De cierta forma sentía una conexión extrañamente
cercana con aquél ser. Pero no lograba reconocer del todo la
identidad de aquél espectro. ¿Era el alma de alguien ya fallecido?
¿Era alguien que, al igual que él, tenía la capacidad de despegar
el alma de su cuerpo? ¿Era un ser distante, de otro mundo, o de otro
espacio temporal?
¿Lo reconozco?
Las
dudas comenzaron a corroerle, y su piel se congeló de miedo e
inquietud.
Luego
recordó algo más. Se había visto a sí mismo. Caminando. La cama
vacía. Luego recordó ver su cuerpo regresar. Como si otra alma lo
hubiese tomado prestado.
¿Qué
era verdad y qué era mentira?
Taylor
abandonó la habitación, desesperado. El encierro le estaba
agobiando. El frescor de la sala le reconfortó. Miró hacia el
pasillo, y entonó el nombre de María.
No
obtuvo respuesta.
Buscó
su teléfono nuevamente. Tampoco tenía mensajes suyos. Escuchó un
milisegundo del audio extenso de su jefe que reclamaba su ausencia y
su falta de compromiso. Le ignoró por completo, e ignoró las demás
notificaciones sin relevancia.
A pesar
del buen aislamiento sonoro de su apartamento, era imposible ignorar
las alocadas bocinas de la calle. Se aproximó hacia el balcón para
saber a qué se debía tanta anormalidad. Al abrir la puerta de
vidrio, los sonidos chirriantes irrumpieron en la esterilidad
ambiental. El clima no parecía tener intenciones de mejorar, aunque
para Taylor aquella tela grisácea era símbolo de paz.
Aunque
su tranquilidad no pareció durar demasiado.
Fue casi
instantáneo. Imposible no darse por aludido. Desde el décimo piso
observó una multitud que impedía el libre tránsito. La policía
intentaba controlar el tráfico, y cortar la calle completa. Las
bocinas se hacían cada vez más molestas, y ecos de voces aún más
intensas se unieron al festival de ruido. Fue cuando Taylor se arrimó
al borde del balcón, y vio como todas las personas elevaban su
cabeza. Se estremeció al ver que todos parecían observar en su
dirección, pero era difícil saberlo a esa distancia. Volvió a
adentrarse en la oscuridad del interior de su apartamento,
cuestionándose. El pitido de la irrupción continuó en sus oídos
por un buen rato.
¿Qué
sucedía allí abajo? Debía ser algo grave. Pero Taylor no estaba
dispuesto a averiguarlo.
Su
lucidez era aún todavía muy limitada. Aún estaba en un estado
lejos de la plenitud. El cansancio todavía seguía latente. Los
bellos de sus manos y brazos estaban rígidos. Como si se acabara de
lavar sin secar permitiendo que el agua se endureciera en su piel. Le
resultó extraño, porque no recordaba haberlo hecho. Se dirigió de
nuevo al baño, para quitarse aquella rigidez molesta. Encendió la
luz, y en el momento de acercarse al lavamanos y abrir el grifo,
retrocedió. Se quedó estupefacto, mirando hacia el centro, mientras
el agua se desperdiciaba por la cañería.
Líneas
rojas deslizaban por el mármol pulido.
¿Sangre?
Sangre
acuosa. Como quien se corta un dedo y luego lo coloca debajo del
grifo para permitir que el agua impida la hemorragia por algunos
segundos y limpiar los restos de sangre. En el suelo, fue la misma
historia. Sólo que la sangre allí comenzaba a coagularse. A la luz
fría del cuarto de baño pudo observar otro detalle que había
obviado anteriormente. Su ropa oscura, tenía múltiples manchas
apenas perceptibles. Levantó su camiseta, y la sangre había también
penetrado en el bello de su pecho. Recién allí comenzó a sentir la
incomodidad que le provocó tener aquella sustancia viscosa adherida,
mezclada con el sudor. Taylor comenzó a desesperarse, y apareció su
lucidez más elevada. El suelo se impregnó de huellas de sus pies
descalzos, pintados con la sangre que era más abundante de lo que
creyó en un principio.
Aquello
fue apenas un aperitivo.
Su vista
periférica fue consciente del detalle más horripilante. La ducha
estaba completamente teñida de un rojo intenso. El vidrio templado
apenas perceptible, le daba un aspecto todavía más macabro. Taylor
giró su cabeza, y evitó mirar hacia allí. Salió del baño y se
dirigió hacia la sala. Se puso de cuclillas, tomó su cabello con
fuerza e intentó despertar.
Lamentablemente,
ésta vez no se trataba de un sueño.
Al ojear
de nuevo hacia adentro, el panorama rojizo seguía intacto. El roble
oscuro y la escasa luminosidad de su casa habían logrado camuflar
perfectamente las manchas de sangre que se extendían hacia el
balcón, las cuales Taylor también había pisado, sin haberse
percatado si quiera de ello.
Respiró
levemente, y esperó. Debía abrir la ducha. No sabía con qué se
encontraría.
Cuando
se decidió, el eco estruendoso de unos pasos firmes y pesados
provenientes de las escaleras le alertó. Antes de un suspiro más,
un grupo de policía fuertemente armados irrumpió en su casa y se
abalanzaron sobre él.
Taylor
perdió el conocimiento.
4
Inocente...
¿O quizá no?
Le
resultaba extraño estar allí. Había visto aquellas salas de
interrogación millones de veces en las películas, pero no sabía
con certeza si existían de verdad. Ahora sabía que eran reales.
Incluso la luminosidad mínima, el cristal mágico que sólo se ve
desde un lado, las paredes grises. La incomodidad. El policía
resguardando la puerta reforzada.
Las
preguntas.
Taylor
no había tenido tiempo a reaccionar. Sólo se había enterado de la
noticia de la forma más antipática del mundo. A su novia, María la
habían asesinado. Primero, había luchado contra su atacante
mientras se duchaba quien, al parecer, la había violentado con una
cuchilla que permaneció en la bañera como principal evidencia. Ella
sacó fuerzas de su interior, y corrió hacia el balcón. Allí gritó
hacia la calle y hacia los apartamentos cercanos. Nadie apreció
escucharla. A lo mejor su voz era tan sólo un hilo, debido a la
rapidez con que palideció. Pareció no haber llamado la atención,
hasta que cayó desde el décimo piso. El estruendo seco de su cuerpo
impactar contra el pavimento provocó rápidamente el horror de todos
los peatones, que rápidamente se fueron multiplicando, más por
morbosidad que por solidaridad. Aunque todos supieron desde el primer
momento que no había nada que hacer.
A Taylor
todo aquello seguía pareciéndole un sueño. Una broma de mal gusto.
Una tortura irreal.
¿María
estaba muerta? ¿La habían asesinado? ¿Qué?...
Y lo
peor de todo, dudaban de él.
Más
bien, estaban seguros de que había sido él.
Pero
Taylor ni siquiera lograba comprender la situación. Su mente
divagaba más que nunca, y de a ratos intentaba mantenerse en el
presente. No fue capaz de escuchar las palabras del agente policial,
sino hasta que éste levantó la voz. Taylor pegó un salto, y las
esposas de acero que apretujaban sus tobillos y muñecas resonaron.
Recién fue consciente de lo ridículo de todo aquello.
¿Por
qué la mataste? - preguntó el agente, que comenzaba a
impacientarse. Esperaba que no hablara hasta que se presentara un
abogado. Sin embargo, Taylor pareció estar dispuesto.
Yo
no...
Bien,
dejame adivinar. Lo negarás todo, e intentarás improvisar una
historia que, más que hacernos dudar, te hundirá todavía más. Te
conviene hablar y aclarar las cosas, terminaremos con todo ésto
cuanto antes. Te seré sincero... No te prometo que te beneficiará
colaborar. Lo que has hecho no tiene ningún pretexto. Sólo
ayúdanos a acabar con ésto cuanto antes.
Yo
no la maté.
El
agente emitió un largo suspiró. Se reclinó en la silla, y reclinó
su cabeza en señal de hartazgo.
Mira,
chico – dijo él, intentando imponer su longevidad y experiencia –
Estoy harto de los criminales como tú que intentan zafar aún con
las pruebas más evidentes. Sólo ayúdanos a entender tus
razones... Aunque ninguna razón justifique lo que hiciste.
¿Qué
fue lo que hice?
El
policía casi se deja llevar por su lado más salvaje, pero realmente
captó cierta incertidumbre y desentendimiento en la mirada de
Taylor. Pensó que a lo mejor estaba drogado, y en aquél estado
probablemente no fuera ni siquiera consciente de lo sucedido.
Se
levantó de su silla y miró a Taylor con desprecio.
El
agente tomó el silencio como un sí.
El
silencio avasalló el ambiente. De su mente fueron brotando imágenes
que parecían ser recuerdos... Aunque Taylor no estaba seguro de que
lo fueran...
No
podían serlo.
María
se duchaba. Se vistió a medias dentro de la bañera. Ese fue el
momento preciso. Gritos. Una situación confusa. Se encontró
elevando su voz. Recordó el dolor punzante en su garganta que aquél
grito había significado. El cuchillo de cocina, que algún momento
cedió dentro de su tórax. A pesar de su inferioridad física, ella
logró escapar de todos modos. Abrió la puerta del balcón, mientras
iba dejando restos de sangre por el roble oscuro. Intentó pedir
ayuda, pero nadie parecía escucharla. Ni siquiera alertarse. Es que
las fuerzas fueron menguando rápidamente. La hemorragia era
incontrolable a esa altura. Toda la coloración oscura de su
apartamento había vuelto casi invisible lo evidente.
Las
huellas de la muerte.
Se
sujetó de la barandilla. No fue muy difícil elevar su cuerpo y
arrojarlo hacia el vacío.
El
agente sintió repulsión al ver a Taylor llorar. Desconsoladamente.
Lágrimas de absoluta derrota y cobardía.
Ésta
vez, tomó el silencio como un no.
Era
justamente lo que Taylor pensaba decir. Pero ya no pudo. El agente
detectó que aquella era su intención.
¿Estabas
poseído por algún demonio, Taylor? - se burló, intentando
ridiculizarlo aún más.
Ya
basta, Christian – interrumpió alguien en la sala. Más
exactamente el jefe del departamento – Creo que es bastante
evidente. Por lo pronto lo llevaremos a la celda, y permanecerá
allí hasta que decretemos el traslado.
Christian
sintió ganas de escupirle la cara, pero se abstuvo. Le costaba
mantener el profesionalismo en casos de ésta magnitud.
Dos
policías escoltaron a Taylor hasta la celda preventiva. Donde
procurarían hacerle vivir el peor de los infiernos.
5
2 años
antes
Con el
corazón en la mano. Derrotado y derramando su amor propio. Así
llegó Alexander a rogar una vez más el amor de María. Era el
último intento. Ya se le habían acabado las maneras. Las buenas y
las no tan buenas. Las que involucran un poco de manipulación.
Conscientemente, hasta que el convencimiento las volviese realidad.
Sus ojos
viscosos. Realmente se encontraba en el punto más miserable de su
vida. Jugando sus últimas cartas. Las cartas que jamás pensó poner
sobre las mesas. Las que sólo te llevan a perder. El timbre sonó, y
María no tardó en abrir. Quizá de alguna forma ya lo esperaba. La
noche llegaría y Alexander pondría en marcha el nuevo plan que
había estado pensando todo el día. Quería acabar con el circo
cuanto antes.
Su nueva
estrategia era idéntica a la primera. Exponer todo lo vivido.
Culparla por “tirar todo a la basura”. Por “dar la espalda a
tantos años de relación”. Bla, bla, bla.
María
dudó de si ería su última estrategia, o si había vuelto a empezar
desde cero. Esperaba fuera lo primero.
María
cerró la puerta en su cara, mientras él seguía hablando y elevaba
su voz a medida que la puerta se iba cerrando. Aquello le dolió
hasta a ella. Pero quizá una gota de crueldad le haría ceder de una
vez por todas. La calma fue inmediata. Intentó conectar de nuevo con
la hermosa noche que venía forjado hasta el momento.
Pero
Alexander utilizó el haz bajo la manga.
Derribó
la puerta de un material levemente mas resistente que la hojalata, y
entró. Notoriamente más afectado. Se abalanzó sobre María y la
tomó por el cuello.
María
evitó el beso forzado, y le mordió el labio inferior hasta hacerle
sangrar. Logró liberarse de las manos temblantes y decididas de su
atacante.
Y fue
allí, cuando Alexander comprendió.
Siempre
había sido más que evidente. Sólo no pudo verlo.
O no
quiso verlo jamás.
Lo
comprendió, cuando vio salir a Tayler de su escondite.
Tayler,
su mejor amigo.
Su
hermano de toda la vida.
A quien
amaba tanto como a María.
No tuvo
capacidad de reacción. Sus ojos resecos fabricaron nuevas lágrimas.
El dolor era inmenso. Insoportable y punzante.
Alexander
no reprochó nada. Sus palabras se estancaron. Para siempre. Sólo
desenfundó el arma. Y disparó. Tres veces hacia María, acertando
dos. Tres veces hacia Tayler, acertando las tres.
Luego
apretó el revolver contra su sien, y apretó el gatillo.
6
Secuelas
Tayler
estuvo varios meses inmóvil de sus brazos. Las balas habían
impactado en sus hombros. María había estado en estado grave.
Algunos de sus órganos se habían visto comproemtidos. Necesitó de
trasplantes y el convencimiento de un nuevo estilo de vida.
Agradecida en todo momento hacia el Dios que tanto alababa, su
replanteamiento fue inmediato. Su vida pasó por altibajos
emocionales terribles desde entonces. Aquello le había marcado tanto
física como psicológicamente. No había día que no recordara a
Alex, y no sintiera culpa. En sus sueños sentía su voz. Su voz de
absoluto desasosiego, de indignación.
De
dolor.
Trataba
de convencerse de que, si bien había fallado, no merecía nada de lo
sucedido. Se había enamorado de su mejor amigo. Fue un despropósito
descomunal, pero inevitable. Cuando la mente y el corazón se unen,
no hay anda que hacer. Y ambos habían aceptado vivir la aventura.
Estaban dispuestos al juicio social inevitable. No esperaban que
Alexander alguna vez lo entendiera, pero desde siempre habían
entendido que, vivir un amor de semejante magnitud y repercusión,
debía de ser perpetuado de la manera más directa posible. Sin
tapujos. Anunciarlo directo en la cara. De cualquier forma, sería un
proceso largo. Un proceso que se vio interrumpido, y que terminó en
tragedia. Luego del suicidio de Alexander, se habían separado por
casi un año. Se veían de vez en cuando, cuando el anhelo era ya
insoportable. Hasta que, cuando la sanación se acercó a la
suficiencia, se marcharon lejos, dispuestos a empezar desde cero.
Aunque
para María, la sanación jamás había sido completa. A veces creía
que la herida se abría cada vez más. Reprochaba a Tayler querer
olvidar lo que había sucedido. Tayler reprochaba el hecho de no
querer olvidarlo.
Intentaron
luchar contra la culpa, pero la realidad es que jamás habían
logrado ser felices. Sentían, de alguna manera, que Alexander seguía
allí, presente. Impidiendo que sonrieran.
Aún
así, se necesitaban.
A veces,
era como si su alma siguiera merodeando.
7
Vuelta
al presente
Cuando
llegó la noche, Tayler se recostó en la cama de hormigón de su
celda. Sus intenciones estaban lejos de querer dormir, pero el
desgaste lo fue obligando a cerrar sus párpados. Ni siquiera el olor
repugnante a óxido y humedad le impidieron ceder.
Fue algo
inmediato. Se rindió, y su cuerpo comenzó a alivianarse. Más y
más. Ésta vez no se negó. Abandonó su cuerpo, dudando de si
volvería alguna vez. Se elevó, y observó como los policías
intentaban reanimar su cuerpo inerte. Algo que no sucedería.
Abandonó
el lugar.
Ésta
vez, la noche era oscura también allí. Casi a la semejanza con la
realidad misma. O lo que su condición humana percibía como real.
Al mismo
tiempo, ya no era lo mismo.
Sentía
haber perdido vitalidad. Era costoso incluso andar sin un cuerpo
condicionante. Continuó, y continuó. Un alma se le unió en el
camino. Era hermoso poder lograr la eternidad con quien amas, aunque
en vida te haya costado la vida, valga la redundancia.
Seguiría
merodeando, hasta que la energía se desgaste, y la existencia se
extinguiera. Porque nada es eterno, en ninguna parte. Ni siquiera en
el plano espiritual.
Aquél
cuerpo que yacía sobre una celda ya no le pertenecía. Su mente
había sido ennegrecida con recuerdos que no eran suyos. Con
barbaridades que no había cometido. Jamás hubiera sido capaz de
hacerle daño. Ella era, ahora, más que la mitad de su existencia.
Era totalidad.
Se había
pasado mil noches frente a una lápida que anunciaba el descanso
eterno de Alexander. Lamentaba todo lo ocurrido. Lamentaba que la
última imagen fuese de absoluta tragedia. No lamentaba haberse
enamorado de María, lamentaba haber hecho sufrir a su mejor amigo.
Pero las disculpas jamás habían llegado a destino.
O no
habían sido jamás aceptadas.
Ahora sabes que no estaba
loco.
En días
posteriores, su cuerpo fue velado, para que luego el fuego redujera
la carne a cenizas. Algunos se animaron a llorar su ausencia, a pesar
de lo que implicaba. Incluso se animaron a dudar de la veracidad de
la historia. A pesar de que no hubiera forma de justificarlo. Eso fue
paz para el alma de Tayler y María.
Los
pecados se habían pago caro. Pero el rencor quizá seguiría
insatisfecho por el resto de la eternidad.
¿Me reconoces?
Claro que sí. Te
reconozco. Has logrado tu cometido, querido amigo.