viernes, 25 de octubre de 2024

"PARÁLISIS"




G.N. Arias



1




Nunca fue normal




  • Creo que estás quedando loco – le había dicho alguna vez su mejor amigo. Lo recordaba con calidez, a pesar de todo lo ocurrido.


Algo similar le había expresado su hermano. Su padre se había reído y le ridiculizó, creía que era otra de sus bromas estúpidas. Aún conservaba el sentido común. Su madre admitió que era una historia ingeniosa, pero no caería. A pesar de su vejez, el deterioro mental no era todavía suficiente como para creer posible un relato semejante. Taylor supo con más seguridad que aquello no era normal. Ni siquiera un talento. Mas bien era aterrador. Logró convivir con aquél “don”, únicamente porque alguna vez en su niñez solía ser una práctica cotidiana. Como todo niño que está descubriendo el mundo, era capaz de creer cosas como que un viejo barbudo de traje rojo, sentado en un trineo cinchado por renos mágicos voladores entregaba regalos a cada niño del mundo, en navidad, sin excepción, justo en el preciso momento en el que cada uno dormía. Una edad en la que poco se cuestionan las incongruencias, aunque resulten evidentes.


Y también era capaz de creer que despegar el alma de su cuerpo, levitar y moverse por el espacio era una práctica normal en los seres humanos.


Cuando comprendió el martirio que ésto suponía, la treintena y el estrés de la rutina comenzaba a dificultarle el sueño inmediato, lo que aminoraba cada vez más la facilidad con la que podía acceder a aquél trance. Le costaba más concentrarse, y la práctica comenzó a ser cada vez más complicada de conseguir. Agradeció que ésto comenzase a menguar. Intentaba no caer en la tentación cada vez que caía la noche. De alguna manera se sentía afortunado, a la vez que maldecido.

De niño era simplemente cuestión de cerrar los ojos. Había oído hablar de personas capaces de tener sueños lúcidos, pero jamás que pudiesen abandonar su cuerpo y vagar por los alrededores. Claro que existían movidas de viajes astrales y por el estilo, pero estaba seguro que la mayoría eran mentiras. Taylor se preguntaba si existía más gente como él, que no se animaba a compartir éste extraño secreto. O si también lo han querido demostrar y habían sido rechazados, tratados de locos o ridiculizados.


Bajo éste estado, sus sentidos se veían reducidos a visión y audición. Un tipo de visión modificada, en tonos negativos y sepias. Alguna vez había oído hablar que lo que el ojo humano captaba podía no ser la realidad en sí misma. Taylor consideraba la posibilidad de que aquella fuera la verdadera percepción. Su capacidad auditiva bajo éste estado era también muy apartado de su cotidianidad humana. Todo parecía ser difuso, meticuloso a la vez que atronador. Todo era chirridos molestos. El motor de los automóviles eran gritos desgarradores. El canto de las ranas y criaturas nocturnas eran casi un lamento. Las voces humanas eran incomprensibles.


Lo había vuelto a intentar, una vez más. Llevaba ya más de un año de relación con su novia, María, y consideró la posibilidad de que ella fuese capaz de creerle sin tratarlo de imbécil. Necesitaba compartirlo con alguien alguna vez, sentirse comprendido y, sobre todo, que le creyeran.


  • ¿Parálisis del sueño? - respondió ella. Taylor sabía lo que era la parálisis del sueño. También había leído sobre eso. Muchas personas lo padecían en el mundo. Se trata de una parálisis completa del cuerpo que ocurre normalmente en el proceso del sueño a la vigilia.

  • Algo así, sí – dijo. Aunque sabía que era mucho más que eso, era un buen comienzo – Pero no exactamente. Al principio lo es. Pero con la diferencia de que yo puedo decidir si estar así o no. Puedo hacer algo así como que mi alma salga del cuerpo. Puedo... Puedo volar – se sintió ridículo al decirlo – Aunque no es esa la palabra exacta. Puedo merodear por los alrededores. Puedo ver personas, pero ellas no pueden verme. Ya no es tan recurrente como antes. Por suerte esa incapacidad cada vez más grande me ha traído un poco más de calma. De niño solía entrar en ese estado casi a diario sin siquiera buscarlo. Me costaba regresar a mi cuerpo luego. Hasta que por fin encontré la manera de volver rápidamente. De todas formas, intento no hacerlo. Aunque a veces es tentador. Siento que soy... No lo sé... Una especie de elegido.


Volvió a sentirse patético por lo último. Su novia no supo qué responder. Se quedó observándolo, fijo. Taylor esperó paciente su respuesta. Hasta que llegó. Una respuesta evidente. María rió. Intentó hablar, pero volvió a reír. Terminó desparramada en el suelo de la risa.


  • Lo peor es que lo has dicho tan serio, que casi me creo semejante estupidez – dijo. Taylor suspiró, rendido, e intentó contagiarse de la risa para hacer creer que, en efecto, había sido una broma.


Aunque no lo era.


Recostado en el sofá, se quedó dormido. El asunto le estresaba demasiado. Hacía unos días había tenido un episodio. Comenzaba a olvidarlo. Habían pasado dos años desde la última vez. Y el Viernes anterior se había dado al igual que cuando era niño, sin buscarlo. Casi que de inmediato, luego de ser vencido por el cansancio. Sintió una especie de energía lumínica que emanaba de su pecho. Indoloro, aunque altamente sensible. Sintió un hormigueo intenso aprisionándole el torso. Luego observó su cuerpo desde arriba. Yacía inerte en el sofá, mientras su alma levitaba por encima.

El leve tictac del reloj era tan estruendoso como un golpe enérgico en un Gong. El brillo de las lámparas asemejaban la imagen de dos agujeros negros lejanos y masivos. No reconocía las voces de su entorno. Se oían robóticas, y variaban de intensidad según sus movimientos. Taylor no intentó volver a su cuerpo. Merodeó un poco más.

Se elevó hacia el exterior. La muchedumbre conversaba y sus voces le sonaron irritantes. No distinguía un sólo vocablo. El sol veraniego se había transformado en un territorio desolado y sin atractivo, una fría y simple esfera negra en un cielo liso negativo.

Había un enigma que lo perseguía desde aquél preciso momento en su niñez en que se dio cuenta de que era capaz de lograr adentrarse en aquél estado.


Las sombras.


Habían ocasiones en las que avistaba figuras sombrías pasar a lo lejos. Efímeras. Apenas perceptibles. Fugaces. Taylor sabía que ellas sí podían verlo. O percibirlo.

No era común toparse con ellas. Pero cuando aparecían, Taylor iba hacia éstas. Jamás lograba alcanzarlas. En más de una ocasión había logrado tenerlas de cerca. Pero emitían un lamento que le obligaba a alejarse. Muy pocas veces había logrado establecer un mínimo contacto con una de aquellas entidades vagantes y solitarias. Solía ser la misma. La figura intentaba comunicarse, pero Taylor era incapaz de comprender. Oía una especie de balbuceadas ininteligibles y en un tono de voz escalofriante. No era más que una sombra humeante, pero Taylor podía jurar haber percibido la profundidad de unos ojos invisibles observándole con detenimiento. Ojos lejanamente reconocibles. Cuando despertó, Taylor fue capaz de traducir con certeza algo de lo que aquella cosa había intentado transmitirle. Recordaba que había escuchado únicamente una leve expresión difusa y repetitiva. Algo que no le decía nada, a la vez que mucho.


¿Me reconoces?... ¿Me reconoces?... ¿Me reconoces?...”


No olvidaría jamás la sensación que experimentó ese día. Comenzó a sentir pánico. Allí se dio cuenta de que merodeando también podía experimentar ciertas emociones. Muy leves y difusas, pero sucedía. Huyó, y la sombra fue tras él. No paraba de repetir lo mismo.


¿Me reconoces? ¿Me reconoces? ¿Me reconoces?”


La última vez, la sombra lo persiguió durante todo el trayecto hacia su hogar. Taylor observó como su estado se tornaba más opaco, mientras la sombra cobraba una forma más familiar.


Humana.


De pronto la avistó encima de su cuerpo inerte, carente de alma. La entidad intentó poseer su cuerpo, pero Taylor logró volver en sí. Volvió a adentrarse en su carne, y despertó sobresaltado. Aquella sombra jamás había vuelto a presentarse. Pero fue precisamente luego de aquella situación, en la que Taylor había comenzado a sentirse inseguro. Ya no había vuelto a ser el mismo. Solía atreverse a levitar distancias considerablemente largas, pero desde entonces, prometió tratar de evitar la situación.


Ahora, en plena tarde, hundido en el sofá y bajo los efectos de la siesta, Taylor se había caído nuevamente en la tentación. Pensó en que era la primera vez que aquél episodio le sucedía en una tarde soleada. Se sentía un poco diferente, aunque la distorsión general en su percepción de sonidos e imagenes eran típicos de aquél estado. Todo resultaba contrario, negativo. Los colores se contradecían, lo opaco cobraba vida, lo vívido se griseaba.


No hubo nada demasiado tentador.


Taylor viajó hacia su cuerpo en cuanto una sensación extraña lo invadió. Allí fue cuando sintió, por primera vez, un cúmulo de emociones humanas que jamás había experimentado estando en aquél trance. Todo allí parecía inofensivo, despreocupado. Dejando de lado aquella experiencia puntual y el aspecto incómodo que cobraba el mundo cuando se disponía a merodear, era la única vez en la que podía experimentar absoluta libertad. Pero ésta vez, algo había cambiado.


Un sonido gutural iba haciéndose cada vez más invasivo a medida que avanzaba.

Cuando llegó, observó que alguien estaba encimado sobre su cuerpo carente de alma en el sofá. Era una persona real. No distinguía de quién se trataba. No podía comprender qué decía. Sólo percibió el desesperante tono de su voz imperceptible. Taylor se zambulló en el centro de su pecho, y su cuerpo volvió en sí.


  • ¡Qué susto me has dado, Tay! - dijo su novia – No despertabas... Te has quedado dormido profundamente.

Taylor tardó en responder. Se sentía agitado. Estaba pálido, un sudor frío corría por su cuerpo entero. El rostro de María le resultó extraño, lejano y oscuro. Se incorporó, la observó hasta lograr encontrarle un rasgo familiar. No fue hasta que ella sonrió, que su rostro recobró un poco de luminosidad.


  • ¿Te encuentras bien?

  • Sí... Sí.

Taylor la besó, y sintió su beso un poco desganado. Al parecer era ella quien no estaba bien. Nuevamente. María solía experimentar aquellos decaimientos repentinos, en donde podía estar elevada en el más dichoso de los momentos, a sumirse en la miseria emocional más absoluta. Cuando lograba estabilizarse, creía estar por fin aprendiendo a caminar sobre lava, hasta que la cruda realidad le hacía cambiar de opinión. Creía poder controlarlo, pero a decir verdad, continuaba siendo vulnerable. Fue por un acontecimiento ocurrido hacía ya dos años, el cual también involucraba directamente a Tayler, el por qué de su pesar crónico. Aquello le había llevado a padecer la vida. La culpa le atormentaba a diario. Jamás había vuelto a sentirse valiosa, ni un ser humano respetable. Desde allí había transitado siempre, inevitablemente, por el sendero de la desgracia. No solo no podía enderezar su rumbo, sino que también era como si la vida se empecinara en que nada pudiera acomodarse. Taylor había sido su vía de escape a la vez que el principio de su final. Aunque desde siempre había estado dispuesta a precipitarse hacia el vacío.


Taylor tenía la sensación de que los besos iban perdiendo cada vez más poder anestésico. Los abrazos eran un simple apretón sin certezas. Las caricias, generaban escalofríos. Pero no era debido a desamor. María lo consideraba siempre su mayor virtud, al igual que Taylor la consideraba la mitad de su existencia.


Siguieron tumbados en el sofá, simplemente admirando sus rasgos faciales tan atractivos. La situación dio un giro inesperado, y corrieron hacia la habitación. Fue un deseo repentino, la forma más salvaje y básica de apaciguar las ansiedades.

Fueron incontables horas de descargo, hasta que los cuerpos no soportaron más. La noche rápidamente los advirtió y, desde ahí, sólo brindaron su tiempo al sueño.




2


Posesión



No estuvo seguro de haber despertado, ni haber dormido lo suficiente. María no estaba a su lado. La parálisis del sueño le inmovilizó cada vez que intentaba entrar en vigilia. Se sentía vacío pero, ésta vez, en el buen sentido. De cualquier manera, no lograba despegar su rostro ensalivado de la almohada. Logró girarse, hasta quedar boca arriba, pero el cansancio profundo le volvió a impedir despertar del todo. Su cuerpo se mantuvo paralizado, y comenzó a preocuparle no poder tener control sobre sí mismo. Fueron minutos eternos. No quería entrar nuevamente en aquél estado invertido e incierto. Intentó abstenerse.

Hasta que sucedió.

Había vuelto.

Pero Taylor estaba plenamente consciente. Solo que su cuerpo seguía sin responder.

Por alguna razón, reconoció aquella figura sombría, a pesar de no tener ningún rasgo reconocible. Era una figura humeante, aunque en ocasiones cobraba aspecto humano para luego deformarse nuevamente ante sus ojos.


¿Me reconoces?


No...


¿Me reconoces?”


No...


¿Me reconoces?”


No... ¿O tal vez sí?...


Taylor abandonó su cuerpo, y se enfrentó a lo que fuera que tenía delante de sí. No sentía un miedo desmedido, aunque sí una inquietud que iba más allá de lo físico. La figura se esfumó de repente, y Taylor voló hacia ella. Sin percatarse de las consecuencias, cometió el peor de los errores.


Se alejó.


Cuando regresó hacia su cuerpo, la cama estaba vacía.


Merodeó por cada rincón, se alejó todavía más y volvió nuevamente, pero no logró encontrarlo.


No logró encontrarse.


Permaneció elevado en la habitación, hasta que, por el pasillo hacia la sala, se vio llegar a sí mismo. Intentó adentrarse en su cuerpo, reclamando la humanidad que le pertenecía, pero le fue imposible. Taylor era simplemente un espectador desesperado.

Apenas reconocía sus rasgos físicos. Toda su habitación se abrillantó de un blanco cegador, mientras que su cuerpo poseído parecía ennegrecer cada vez más, hasta convertirse en una figura negativa. Taylor observó su cuerpo volver a recostarse, y desde él se desprendió una sombra negruzca que le atravesó con violencia, mientras emitía sonidos guturales desesperantes. Rápidamente se elevó un poco, y se introdujo nuevamente dentro de su carne.




3


Amnesia



Cuando despertó, era ya media tarde. Se levantó de un tirón. Estaba entre dos percepciones diferentes. Al parecer había dormido sólo un poco. Pero al echar un vistazo a su teléfono, decía Jueves por la tarde. ¿Era posible que haya estado un día seguido recostado? No... Realmente no. Fuera llovía, y el cielo comenzó a deprimirse. María no estaba allí.

De repente los recuerdos vinieron como notificaciones al desactivar el modo avión del móvil. Era Miércoles por la tarde, Taylor se recostó en el sofá. Merodeó...

Volvió. Recordó el rostro de María, oscuro... Hicieron el amor. Fueron muchas horas. Se durmieron hasta el día siguiente...

Despertó, y luego había ocurrido algo más.

¿Fue aquello real?

Tenía una imagen en la que había visto la sombra, nuevamente...


¿Me reconoces?


Taylor se cuestionó. De cierta forma sentía una conexión extrañamente cercana con aquél ser. Pero no lograba reconocer del todo la identidad de aquél espectro. ¿Era el alma de alguien ya fallecido? ¿Era alguien que, al igual que él, tenía la capacidad de despegar el alma de su cuerpo? ¿Era un ser distante, de otro mundo, o de otro espacio temporal?


¿Lo reconozco?


Las dudas comenzaron a corroerle, y su piel se congeló de miedo e inquietud.

Luego recordó algo más. Se había visto a sí mismo. Caminando. La cama vacía. Luego recordó ver su cuerpo regresar. Como si otra alma lo hubiese tomado prestado.


¿Qué era verdad y qué era mentira?


Taylor abandonó la habitación, desesperado. El encierro le estaba agobiando. El frescor de la sala le reconfortó. Miró hacia el pasillo, y entonó el nombre de María.


No obtuvo respuesta.


Buscó su teléfono nuevamente. Tampoco tenía mensajes suyos. Escuchó un milisegundo del audio extenso de su jefe que reclamaba su ausencia y su falta de compromiso. Le ignoró por completo, e ignoró las demás notificaciones sin relevancia.

A pesar del buen aislamiento sonoro de su apartamento, era imposible ignorar las alocadas bocinas de la calle. Se aproximó hacia el balcón para saber a qué se debía tanta anormalidad. Al abrir la puerta de vidrio, los sonidos chirriantes irrumpieron en la esterilidad ambiental. El clima no parecía tener intenciones de mejorar, aunque para Taylor aquella tela grisácea era símbolo de paz.


Aunque su tranquilidad no pareció durar demasiado.


Fue casi instantáneo. Imposible no darse por aludido. Desde el décimo piso observó una multitud que impedía el libre tránsito. La policía intentaba controlar el tráfico, y cortar la calle completa. Las bocinas se hacían cada vez más molestas, y ecos de voces aún más intensas se unieron al festival de ruido. Fue cuando Taylor se arrimó al borde del balcón, y vio como todas las personas elevaban su cabeza. Se estremeció al ver que todos parecían observar en su dirección, pero era difícil saberlo a esa distancia. Volvió a adentrarse en la oscuridad del interior de su apartamento, cuestionándose. El pitido de la irrupción continuó en sus oídos por un buen rato.

¿Qué sucedía allí abajo? Debía ser algo grave. Pero Taylor no estaba dispuesto a averiguarlo.

Su lucidez era aún todavía muy limitada. Aún estaba en un estado lejos de la plenitud. El cansancio todavía seguía latente. Los bellos de sus manos y brazos estaban rígidos. Como si se acabara de lavar sin secar permitiendo que el agua se endureciera en su piel. Le resultó extraño, porque no recordaba haberlo hecho. Se dirigió de nuevo al baño, para quitarse aquella rigidez molesta. Encendió la luz, y en el momento de acercarse al lavamanos y abrir el grifo, retrocedió. Se quedó estupefacto, mirando hacia el centro, mientras el agua se desperdiciaba por la cañería.


Líneas rojas deslizaban por el mármol pulido.


¿Sangre?


Sangre acuosa. Como quien se corta un dedo y luego lo coloca debajo del grifo para permitir que el agua impida la hemorragia por algunos segundos y limpiar los restos de sangre. En el suelo, fue la misma historia. Sólo que la sangre allí comenzaba a coagularse. A la luz fría del cuarto de baño pudo observar otro detalle que había obviado anteriormente. Su ropa oscura, tenía múltiples manchas apenas perceptibles. Levantó su camiseta, y la sangre había también penetrado en el bello de su pecho. Recién allí comenzó a sentir la incomodidad que le provocó tener aquella sustancia viscosa adherida, mezclada con el sudor. Taylor comenzó a desesperarse, y apareció su lucidez más elevada. El suelo se impregnó de huellas de sus pies descalzos, pintados con la sangre que era más abundante de lo que creyó en un principio.


Aquello fue apenas un aperitivo.


Su vista periférica fue consciente del detalle más horripilante. La ducha estaba completamente teñida de un rojo intenso. El vidrio templado apenas perceptible, le daba un aspecto todavía más macabro. Taylor giró su cabeza, y evitó mirar hacia allí. Salió del baño y se dirigió hacia la sala. Se puso de cuclillas, tomó su cabello con fuerza e intentó despertar.


Lamentablemente, ésta vez no se trataba de un sueño.


Al ojear de nuevo hacia adentro, el panorama rojizo seguía intacto. El roble oscuro y la escasa luminosidad de su casa habían logrado camuflar perfectamente las manchas de sangre que se extendían hacia el balcón, las cuales Taylor también había pisado, sin haberse percatado si quiera de ello.


Respiró levemente, y esperó. Debía abrir la ducha. No sabía con qué se encontraría.


Cuando se decidió, el eco estruendoso de unos pasos firmes y pesados provenientes de las escaleras le alertó. Antes de un suspiro más, un grupo de policía fuertemente armados irrumpió en su casa y se abalanzaron sobre él.


Taylor perdió el conocimiento.





4



Inocente... ¿O quizá no?


Le resultaba extraño estar allí. Había visto aquellas salas de interrogación millones de veces en las películas, pero no sabía con certeza si existían de verdad. Ahora sabía que eran reales. Incluso la luminosidad mínima, el cristal mágico que sólo se ve desde un lado, las paredes grises. La incomodidad. El policía resguardando la puerta reforzada.


Las preguntas.


Taylor no había tenido tiempo a reaccionar. Sólo se había enterado de la noticia de la forma más antipática del mundo. A su novia, María la habían asesinado. Primero, había luchado contra su atacante mientras se duchaba quien, al parecer, la había violentado con una cuchilla que permaneció en la bañera como principal evidencia. Ella sacó fuerzas de su interior, y corrió hacia el balcón. Allí gritó hacia la calle y hacia los apartamentos cercanos. Nadie apreció escucharla. A lo mejor su voz era tan sólo un hilo, debido a la rapidez con que palideció. Pareció no haber llamado la atención, hasta que cayó desde el décimo piso. El estruendo seco de su cuerpo impactar contra el pavimento provocó rápidamente el horror de todos los peatones, que rápidamente se fueron multiplicando, más por morbosidad que por solidaridad. Aunque todos supieron desde el primer momento que no había nada que hacer.


A Taylor todo aquello seguía pareciéndole un sueño. Una broma de mal gusto. Una tortura irreal.


¿María estaba muerta? ¿La habían asesinado? ¿Qué?...


Y lo peor de todo, dudaban de él.


Más bien, estaban seguros de que había sido él.

Pero Taylor ni siquiera lograba comprender la situación. Su mente divagaba más que nunca, y de a ratos intentaba mantenerse en el presente. No fue capaz de escuchar las palabras del agente policial, sino hasta que éste levantó la voz. Taylor pegó un salto, y las esposas de acero que apretujaban sus tobillos y muñecas resonaron. Recién fue consciente de lo ridículo de todo aquello.


  • ¿Por qué la mataste? - preguntó el agente, que comenzaba a impacientarse. Esperaba que no hablara hasta que se presentara un abogado. Sin embargo, Taylor pareció estar dispuesto.

  • Yo no...

  • Bien, dejame adivinar. Lo negarás todo, e intentarás improvisar una historia que, más que hacernos dudar, te hundirá todavía más. Te conviene hablar y aclarar las cosas, terminaremos con todo ésto cuanto antes. Te seré sincero... No te prometo que te beneficiará colaborar. Lo que has hecho no tiene ningún pretexto. Sólo ayúdanos a acabar con ésto cuanto antes.

  • Yo no la maté.


El agente emitió un largo suspiró. Se reclinó en la silla, y reclinó su cabeza en señal de hartazgo.


  • Mira, chico – dijo él, intentando imponer su longevidad y experiencia – Estoy harto de los criminales como tú que intentan zafar aún con las pruebas más evidentes. Sólo ayúdanos a entender tus razones... Aunque ninguna razón justifique lo que hiciste.

  • ¿Qué fue lo que hice?

El policía casi se deja llevar por su lado más salvaje, pero realmente captó cierta incertidumbre y desentendimiento en la mirada de Taylor. Pensó que a lo mejor estaba drogado, y en aquél estado probablemente no fuera ni siquiera consciente de lo sucedido.


  • ¿Estás drogado?

  • No.

  • ¿Seguro?

  • Sí.

  • ¿En el momento del asesinato consumiste algo?

  • Mierda...

Se levantó de su silla y miró a Taylor con desprecio.


  • ¿Quieres hacer memoria?


El agente tomó el silencio como un sí.


  • La apuñalaste reiteradas veces mientras se duchaba. La golpeaste. Luego la arrojaste desde el balcón hacia abajo. Algo evidente. Ahora, dime... ¿Por qué?

El silencio avasalló el ambiente. De su mente fueron brotando imágenes que parecían ser recuerdos... Aunque Taylor no estaba seguro de que lo fueran...


No podían serlo.


María se duchaba. Se vistió a medias dentro de la bañera. Ese fue el momento preciso. Gritos. Una situación confusa. Se encontró elevando su voz. Recordó el dolor punzante en su garganta que aquél grito había significado. El cuchillo de cocina, que algún momento cedió dentro de su tórax. A pesar de su inferioridad física, ella logró escapar de todos modos. Abrió la puerta del balcón, mientras iba dejando restos de sangre por el roble oscuro. Intentó pedir ayuda, pero nadie parecía escucharla. Ni siquiera alertarse. Es que las fuerzas fueron menguando rápidamente. La hemorragia era incontrolable a esa altura. Toda la coloración oscura de su apartamento había vuelto casi invisible lo evidente.


Las huellas de la muerte.


Se sujetó de la barandilla. No fue muy difícil elevar su cuerpo y arrojarlo hacia el vacío.


El agente sintió repulsión al ver a Taylor llorar. Desconsoladamente. Lágrimas de absoluta derrota y cobardía.


  • ¿Seguirás negando?


Ésta vez, tomó el silencio como un no.


  • O me dirás, tal vez... - prosiguió el agente – Lo que repiten todos los cobardes como tú, que no eras tú...

Era justamente lo que Taylor pensaba decir. Pero ya no pudo. El agente detectó que aquella era su intención.


  • ¿Estabas poseído por algún demonio, Taylor? - se burló, intentando ridiculizarlo aún más.

  • Ya basta, Christian – interrumpió alguien en la sala. Más exactamente el jefe del departamento – Creo que es bastante evidente. Por lo pronto lo llevaremos a la celda, y permanecerá allí hasta que decretemos el traslado.

Christian sintió ganas de escupirle la cara, pero se abstuvo. Le costaba mantener el profesionalismo en casos de ésta magnitud.


Dos policías escoltaron a Taylor hasta la celda preventiva. Donde procurarían hacerle vivir el peor de los infiernos.








5


2 años antes



Con el corazón en la mano. Derrotado y derramando su amor propio. Así llegó Alexander a rogar una vez más el amor de María. Era el último intento. Ya se le habían acabado las maneras. Las buenas y las no tan buenas. Las que involucran un poco de manipulación. Conscientemente, hasta que el convencimiento las volviese realidad.

Sus ojos viscosos. Realmente se encontraba en el punto más miserable de su vida. Jugando sus últimas cartas. Las cartas que jamás pensó poner sobre las mesas. Las que sólo te llevan a perder. El timbre sonó, y María no tardó en abrir. Quizá de alguna forma ya lo esperaba. La noche llegaría y Alexander pondría en marcha el nuevo plan que había estado pensando todo el día. Quería acabar con el circo cuanto antes.


  • Alex... Ya basta.

  • Te amo, María – dijo, y sus ojos impregnados de lagañas obligaron a María a bajar la mirada para evitar la arcada – Te amo. No puedes tirar todo a la basura...


Su nueva estrategia era idéntica a la primera. Exponer todo lo vivido. Culparla por “tirar todo a la basura”. Por “dar la espalda a tantos años de relación”. Bla, bla, bla.

María dudó de si ería su última estrategia, o si había vuelto a empezar desde cero. Esperaba fuera lo primero.

María cerró la puerta en su cara, mientras él seguía hablando y elevaba su voz a medida que la puerta se iba cerrando. Aquello le dolió hasta a ella. Pero quizá una gota de crueldad le haría ceder de una vez por todas. La calma fue inmediata. Intentó conectar de nuevo con la hermosa noche que venía forjado hasta el momento.


Pero Alexander utilizó el haz bajo la manga.


Derribó la puerta de un material levemente mas resistente que la hojalata, y entró. Notoriamente más afectado. Se abalanzó sobre María y la tomó por el cuello.


  • Si no vas a amarme, entonces no amarás a nadie más... Perra – sus lágrimas se endurecieron como el cemento, y su voz perdió todo rastro de afectación.


María evitó el beso forzado, y le mordió el labio inferior hasta hacerle sangrar. Logró liberarse de las manos temblantes y decididas de su atacante.

Y fue allí, cuando Alexander comprendió.


Siempre había sido más que evidente. Sólo no pudo verlo.


O no quiso verlo jamás.


Lo comprendió, cuando vio salir a Tayler de su escondite.

Tayler, su mejor amigo.

Su hermano de toda la vida.

A quien amaba tanto como a María.

No tuvo capacidad de reacción. Sus ojos resecos fabricaron nuevas lágrimas. El dolor era inmenso. Insoportable y punzante.

Alexander no reprochó nada. Sus palabras se estancaron. Para siempre. Sólo desenfundó el arma. Y disparó. Tres veces hacia María, acertando dos. Tres veces hacia Tayler, acertando las tres.


Luego apretó el revolver contra su sien, y apretó el gatillo.








6


Secuelas



Tayler estuvo varios meses inmóvil de sus brazos. Las balas habían impactado en sus hombros. María había estado en estado grave. Algunos de sus órganos se habían visto comproemtidos. Necesitó de trasplantes y el convencimiento de un nuevo estilo de vida. Agradecida en todo momento hacia el Dios que tanto alababa, su replanteamiento fue inmediato. Su vida pasó por altibajos emocionales terribles desde entonces. Aquello le había marcado tanto física como psicológicamente. No había día que no recordara a Alex, y no sintiera culpa. En sus sueños sentía su voz. Su voz de absoluto desasosiego, de indignación.


De dolor.


Trataba de convencerse de que, si bien había fallado, no merecía nada de lo sucedido. Se había enamorado de su mejor amigo. Fue un despropósito descomunal, pero inevitable. Cuando la mente y el corazón se unen, no hay anda que hacer. Y ambos habían aceptado vivir la aventura. Estaban dispuestos al juicio social inevitable. No esperaban que Alexander alguna vez lo entendiera, pero desde siempre habían entendido que, vivir un amor de semejante magnitud y repercusión, debía de ser perpetuado de la manera más directa posible. Sin tapujos. Anunciarlo directo en la cara. De cualquier forma, sería un proceso largo. Un proceso que se vio interrumpido, y que terminó en tragedia. Luego del suicidio de Alexander, se habían separado por casi un año. Se veían de vez en cuando, cuando el anhelo era ya insoportable. Hasta que, cuando la sanación se acercó a la suficiencia, se marcharon lejos, dispuestos a empezar desde cero.

Aunque para María, la sanación jamás había sido completa. A veces creía que la herida se abría cada vez más. Reprochaba a Tayler querer olvidar lo que había sucedido. Tayler reprochaba el hecho de no querer olvidarlo.


Intentaron luchar contra la culpa, pero la realidad es que jamás habían logrado ser felices. Sentían, de alguna manera, que Alexander seguía allí, presente. Impidiendo que sonrieran.


Aún así, se necesitaban.


A veces, era como si su alma siguiera merodeando.



7


Vuelta al presente


Cuando llegó la noche, Tayler se recostó en la cama de hormigón de su celda. Sus intenciones estaban lejos de querer dormir, pero el desgaste lo fue obligando a cerrar sus párpados. Ni siquiera el olor repugnante a óxido y humedad le impidieron ceder.

Fue algo inmediato. Se rindió, y su cuerpo comenzó a alivianarse. Más y más. Ésta vez no se negó. Abandonó su cuerpo, dudando de si volvería alguna vez. Se elevó, y observó como los policías intentaban reanimar su cuerpo inerte. Algo que no sucedería.


Abandonó el lugar.


Ésta vez, la noche era oscura también allí. Casi a la semejanza con la realidad misma. O lo que su condición humana percibía como real.


Al mismo tiempo, ya no era lo mismo.


Sentía haber perdido vitalidad. Era costoso incluso andar sin un cuerpo condicionante. Continuó, y continuó. Un alma se le unió en el camino. Era hermoso poder lograr la eternidad con quien amas, aunque en vida te haya costado la vida, valga la redundancia.


Seguiría merodeando, hasta que la energía se desgaste, y la existencia se extinguiera. Porque nada es eterno, en ninguna parte. Ni siquiera en el plano espiritual.


Aquél cuerpo que yacía sobre una celda ya no le pertenecía. Su mente había sido ennegrecida con recuerdos que no eran suyos. Con barbaridades que no había cometido. Jamás hubiera sido capaz de hacerle daño. Ella era, ahora, más que la mitad de su existencia. Era totalidad.



Se había pasado mil noches frente a una lápida que anunciaba el descanso eterno de Alexander. Lamentaba todo lo ocurrido. Lamentaba que la última imagen fuese de absoluta tragedia. No lamentaba haberse enamorado de María, lamentaba haber hecho sufrir a su mejor amigo. Pero las disculpas jamás habían llegado a destino.


O no habían sido jamás aceptadas.


  • Creo que estás quedando loco – le había dicho alguna vez su mejor amigo. Lo recordaba con calidez, a pesar de todo lo ocurrido.


Ahora sabes que no estaba loco.


En días posteriores, su cuerpo fue velado, para que luego el fuego redujera la carne a cenizas. Algunos se animaron a llorar su ausencia, a pesar de lo que implicaba. Incluso se animaron a dudar de la veracidad de la historia. A pesar de que no hubiera forma de justificarlo. Eso fue paz para el alma de Tayler y María.


Los pecados se habían pago caro. Pero el rencor quizá seguiría insatisfecho por el resto de la eternidad.




¿Me reconoces?




Claro que sí. Te reconozco. Has logrado tu cometido, querido amigo.
























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