“El Caminante”
G.N. Arias
Recorrió los primeros tres kilómetros con una evidente dificultad, y pronto renunció a la idea de aumentar el ritmo. Se propuso completar los cinco kilómetros y poco más, lo que restaba para llegar de nuevo a su casa. El dolor característico debajo de las costillas comenzó a apretujar, y allí tuvo un deseo enorme de parar y caminar el resto del trayecto. Se había olvidado de respirar correctamente, y el dolor punzante era cada vez más profundo. Pero eso no sucedería. Si lo hacía, luego padecería un sentimiento de fracaso y rendición insoportable. Aunque prefería aquellas sensaciones antes que la tentación del sedentarismo y el sabor adictivo del colesterol. A partir de allí avanzó únicamente por inercia. Motivado por su constancia. La realidad era que quería llegar y tumbarse en la cama. Las plantas de sus pies comenzaron a tensarse, y dolían simultáneamente. De pronto vio a otro corredor en sentido contrario que le echó unas palabras de ánimo al verlo agotado. Aquél extraño le había, de alguna manera, transmitido un poco de su energía. Mathias mejoró su ritmo y pronto ignoró por completo las molestias físicas, aunque seguían allí, latentes, recordándole que ni siquiera una mente dispersa podría apaciguar el desgaste muscular.
Siguió corriendo intentando llegar rápido junto a él, pero al parecer estaba más lejos de lo que percibía.
Parecía como si se alejase a su misma velocidad. Pero en realidad aquél señor tan solo caminaba. Sin embargo, no lograba alcanzarle. Mathias se apresuró más y más, y la distancia era siempre la misma y, en ocasiones, daba la impresión de estar cada vez más lejos. Se esforzó un poco más. Un poco más. Y otro poco más. Pero la distancia no disminuyó, y de pronto lo perdió de vista. Mathias había superado con creces los cinco kilómetros, y su reloj inteligente mostraba que llevaba ya más de ocho y medio. No había reparado en el desgaste físico. Cuando fue consciente del sufrimiento de sus articulaciones, debió tumbarse para apaciguar el dolor generalizado.
Cuando logró recuperar un poco el aliento, continuó calle abajo. No iría todavía a su casa. Sintió curiosidad de continuar, sin más. La curiosidad lo animó a seguir sin rumbo fijo. Avistó una estación de servicio y preguntó acerca del señor de los bolsos.
Lo vi seguir por allí – dijo un funcionario mientras llenaba un tanque de gasoil – También me sorprendió todo lo que llevaba encima. Se lo veía muy agotado...
¿Lo has visto correr en algún momento?
¿Correr? - el joven se mostró confuso, y rio – Hombre, no creo que fuera capaz de correr. Apenas se mantenía en pie – Miró hacia algún lado, achinó sus ojos y advirtió - ¡Mira! Creo que es aquél que va allá...
Mathias agradeció su amabilidad y se dirigió hacia el anciano, que llevaba nuevamente una distancia considerable. No podía ya correr, por lo que caminó a paso ligero. Pero todo seguía igual. A pesar del evidente paso lento, el señor se alejaba cada vez más. Era una situación por demás extraña. Caminó indefinidamente hasta el hartazgo. A pesar del enigma de todo aquello, se rindió. Quedaría como una anécdota extraña irresoluble. Se percató de que para volver debería caminar incontables kilómetros de vuelta, y no estaba dispuesto. Comenzó a sentirse fatigado, y un malestar general le advirtió de las posibles consecuencias de continuar desgastando energías.
Paró un taxi en sentido contrario, y se acomodó en el asiento trasero. Suspiró aliviado, y se reprochó a sí mismo haberse apresurado nuevamente, como tantas veces.
¿Rendido? - preguntó el taxista.
Algo así, sí.
Mathias se reclinó, y casi se rinde por completo. El ronroneo sutil del automóvil le invitaba a la siesta. Pero fue allí, apenas transcurridos menos de quinientos metros, cuando lo vio.
¡Pare! - ordenó, mas que solicitar.
¿Qué?..
Que pare. Me quedo aquí.
Mathias abonó el viaje efímero como si hubiese sido el viaje completo. La cara de descontento del taxista cambió rápidamente al recibir la más que generosa propina.
Dentro de un café apenas visible, sentado en una mesa ubicada en el ventanal hacia la calle, se encontraba el señor de los bolsos. En sus manos longevas sostenía una tacita pequeña de café negro, sin azúcar y demasiado amargo a juzgar por sus facciones. Aún así, en cada sorbo dejaba escapar un leve suspiro de placer. Mathias se quedó observándolo discretamente desde fuera por algunos minutos. Cuando se dispuso a entrar, el anciano se levantó de su silla, y Mathias permaneció en la vereda, esperando a que saliese. Cuando lo vio salir por la puerta, con su paso leve y cansino, le ofreció su ayuda. El viejo sonrió ampliamente.
Oh, muchas gracias – dijo, sin perder el semblante – Eres muy amable.
Lo vengo siguiendo hace ya un rato – confesó Mathias – Pero parecía como si nunca lo fuese a alcanzar – en el fondo esperaba que el anciano le brindara alguna explicación lógica. Aunque dudaba de que lo hubiera.
¿Ah, sí? ¿Para qué querías alcanzarme?
Para ayudarle.
Oh, vaya. Eres realmente muy amable – agradeció nuevamente y ambos se pusieron en marcha – A un viejo como yo le vienen bien un par de brazos fuertes. Aunque no creo que puedas hacer mucho por mí. Aún me quedan mucho camino.
¿No prefiere tomarse un taxi? ¿Un colectivo?
Oh, no. Realmente no. Disfruto del camino, por más difícil que sea a mi edad.
¿Dónde se dirige?
Me gustaría saberlo a mí también.
¿Cómo?
No tengo rumbo. Cargo con mis cosas, me dirijo hacia alguna parte. Aún no sé dónde.
¿No tiene hogar?
Oh, no. Lamentablemente jamás pude darme ese lujo – dijo el viejo, y se mostró un poco melancólico, pero volvió a sonreír – De hecho acabo de ser expulsado de lo que hasta el día de hoy creía era mi hogar.
¿No tiene dónde ir? - a Mathias comenzaban a pesarle los bolsos.
No, no. Decir eso sería un despropósito. Egoísta de mi parte para con la vida – el viejo se mostró serio ésta vez – Siempre hay dónde ir. Únicamente me he quedado sin techo. Pero estoy seguro de que la naturaleza me brindará algo mejor.
¿Puedo preguntar qué lleva aquí dentro? - Mathias se rindió ante los bolsos. A pesar de su debilidad física, estaba seguro que ni en sus mejores días hubiese podido soportar aquél peso por mucho más tiempo.
Ahí conservo lo que me importa. Todo lo que me recuerda que la vida es maravillosa. Lo que me mantiene esperanzado. Últimamente pesa más de lo normal, pero ya se irán alivianando con el tiempo.
¿Pero qué es? ¿Ropa? ¿Objetos? ¿Comida? Disculpe mi atrevimiento... - Mathias se disculpó rápidamente cuando sintió que su confianza se había excedido.
Por favor, no tienes que pedir disculpas – el anciano volvió a sonreír – Llevo, sí, un poco de todo lo que has dicho. Pero no creo que sea el motivo real por el que pesan tanto. Creo que se debe al recuerdo detrás de cada cosa. Las ocasiones especiales en que utilicé mis prendas favoritas. El contexto en el que adquirí mis objetos más preciados. El recuerdo detrás de cada pastelito de membrillo. ¿Te apetece un pastelito de membrillo?
Por alguna razón, Mathias no se negó. Ni preguntó qué era. Aceptó, y estuvo seguro de haber degustado una de las rarezas más exquisitas de su vida. El inconfundible e inexplicable sabor de lo casero le inundó el paladar.
Puede que hayan sido los últimos pastelitos que pude hornear en aquella maravilla de horno a leña – reconoció el anciano – Lastimosamente no pude traerla conmigo. No entraba en el bolso, ¡Je! Consumía muy poca madera y ardía todo el día. Como todo lo valioso en nuestro sistema, poca exigencia y mucha producción. He dejado muchas cosas allí. Me traje lo que las secuelas de la edad me permitió.
Son realmente muy exquisitos.
Gracias.
Continuaron un poco más, sin rumbo definido. Mathias le observaba. Observó sus piernas, sus brazos, su cuerpo corroído por la existencia. Había algo que no cuadraba, y necesitaba saberlo.
Anteriormente le dije que intenté ayudarle antes, pero no logré alcanzarlo...
Sí, recuerdo.
Pero, realmente fue así... Literalmente.
Te ves muy cansado, chico.
Sí, puede ser por eso. Pero no lo sé... Corría y corría, detrás de usted. ¿Usted corrió en algún momento?
Como verás, no soy capaz de ir más rápido que esto.
¿Entonces por qué no pude alcanzarlo? Digo... No me gustaría sonar como un loco. Pero realmente fue así. Corrí, corrí y corrí. Y usted parecía alejarse cada vez más. Fue algo muy extraño.
El anciano no contestó, y la conversación pareció culminar. De pronto volvió a hablar.
¿Traes dinero?
Mathias creyó que se había dejado todo en el taxi, pero palpó los bolsillos de la sudadera y reconoció un billete que llevaría allí unos cuántos días. Sucio, arrugado y esperando volver a ser valorado.
Si, claro. ¿Necesita un poco? No es mucho, pero puedo...
No, no – se negó – Quiero invitarte un café, pero debes pagar tú. Yo no traigo nada más.
Hizo unas cuentas rápidas, y Mathias creía que aquél billete podría cubrir un par de cafés pequeños y algo más. Aunque el pastelito de membrillo extremadamente dulce le había dejado satisfecho.
Se adentraron a otro café un poco más alejado del anterior, y el billete apenas llegó a cubrir ambas bebidas y a Mathias le devolvieron apenas unas míseras monedas decimales. El anciano sacó sus dos últimos pastelitos para acompañar el cortado.
¿Quería hablar sobre algo? - preguntó Mathias.
No lo sé. Eres tú el de las dudas.
¿Dudas? Sólo decía... Sólo dije que me dio la sensación de que corrí tras de usted pero no le alcanzaba. A lo mejor fue impresión mía. La realidad es que no estoy bien del todo. Sigo un poco débil. No debí salir a correr.
¿Sueles correr mucho?
Sí. Cuando no estoy insolado... - Mathias sonrió.
Me refiero a la vida. ¿Sueles correr mucho?
¿A la vida?
Sí.
No entiendo.
Ese es el problema.
¿Cuál?
Que no lo entiendes. Ese es el problema.
¿Entender qué?
¿Por qué corres tanto?
Por una cuestión de salud, y placer.
Me refiero a la vida. ¿Por qué corres tanto?
¡No entiendo, mierda! - Mathias se disculpó por la exaltación.
Ese es el problema. No entiendes. Y te enfadas por no entender.
Mathias se sintió descolocado, como si no estuviera a la altura de la conversación. Miro al anciano que le sonreía y lo encontró vacilante.
Seré más específico, porque veo que no entenderás.
Sí, por favor.
¿Has sentido alguna vez que te apresuras y llegas más tarde que cuando vas con calma?
No lo sé. Suena un poco contradictorio.
O a lo mejor no lo has percibido.
Tal vez.
Si algo he aprendido, es que apresurarme sólo me genera más contratiempos. La calma es tu mejor aliado. Tu mismo acabas de generarte un contratiempo. Sólo por salir corriendo. Hay cosas en las que no puedes improvisar.
¿A qué se refiere?
No has respetado los tiempos de tu cuerpo. Ahora probablemente no puedas volver a salir en cuatro días más. Cuando respetas el tiempo, el tiempo te recompensa. Lo mismo sucede con la vida. Cuanto más corres, más tarde llegarás. O quizá ni siquiera llegues.
- ¿Me está diciendo que deje de correr?
En lo que a la vida se refiere, sí. Cuida tu salud. Pero cuida también el tiempo. Y, sobre todo, respétalo. Mírame a mi, apenas puedo andar... Eso ha sido por correr toda mi vida. No hace mucho tiempo que lo he comprendido. Y ahora puedo andar grandes distancias, a paso lento y en menor tiempo. Créeme. Es mejor un paso lento y firme, que dar diez pasos alocados.
Gracias por eso. Lo tendré en cuenta. Aunque... Me sigue resultado extraño lo que sucedió.
Claro que lo es – dijo el anciano – Pero son el resultado de respetar los tiempos. Todo en la existencia necesita de paciencia. No hay caminos fáciles. Nosotros mismos necesitamos de paciencia. La vida es, sin dudas, paciencia. Mira hacia arriba, mira a tu alrededor. Desafía la mirada túnel de la rutina. La vida está llena de entretenimiento.
¿Ese es el secreto?
Ésto que te comparto no es nada del otro mundo, chico. Es una vivencia, pero por más que lo sepas, tal vez te lleve muchos años comprenderlo realmente. Ni el mejor secreto desvelado surge efecto si no estamos dispuesto a oírlo y efectuarlo. La tentación de lo sencillo nos puede cegar por mucho tiempo y, en el peor de los casos, para siempre.
El anciano se levantó, tomó sus
bolsos, cargó su mochila y se dirigió hacia la p
uerta. Mathias vaciló, aunque ésta vez no le ofreció su ayuda. Supo entonces que aún no era capaz de cargar con tanto peso sobre sus hombros.
Gracias – dijo el anciano antes de irse – Ahora siento el equipaje más liviano.
En un descuido, el anciano se perdió de vista. El joven debió aguzar su mirada para alcanzar a verlo allá a lo lejos, a paso lento, aunque seguro.
Mathias emprendió el viaje de vuelta. Ésta vez quiso caminar, apreciando su entorno. Aquél día supo que llegaría mucho antes de lo previsto.
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